Sin dejar de reconocer que primero está la vida y hay que lamentar la muerte de al menos 660 personas, atender a los miles de heridos y las principales necesidades de la población, con ocasión del terremoto del 16 de abril pasado, en lo material se repite la película en diversas construcciones, tanto privadas como públicas y representa la crónica de un desastre anunciado.
Equivocadamente, entre las autoridades y en general en la sociedad, se utilizan mal los términos a diario, incluso en medios de comunicación. Se dice que se trata de un desastre natural cuando lo real -como manejan los técnicos- es un fenómeno natural que deviene en desastres económicos, sociales, etc.
El exdirector del Instituto Geofísico de la Politécnica Nacional, Hugo Yepes, recordaba que con ocasión de los terremotos del 2010 y el análisis del tema de las construcciones que se hacía con el Municipio de Quito, durante la anterior administración, él decía que nuestra situación se parece más a lo de Haití que a lo de Chile. El primero sufrió un mayor y devastador impacto con un terremoto de menor intensidad que el de Chile, que minimizó el golpe de la naturaleza y que además recibió el embate de un tsunami. Allí, en Chile, han hecho bien las cosas, con normas rigurosas de construcción que se respetan.
En nuestro país está en vigencia la norma ecuatoriana de la construcción, pero el mayor problema es que ni autoridades ni ciudadanos respetan las leyes y códigos. Sin embargo, esto viene de mucho antes cuando se menciona que más del 60 % de las construcciones son informales, lo cual es una bomba de tiempo y solo nos lamentamos cuando se producen los hechos. Los pueblos que no aprenden de su historia están condenados a repetir los errores y esto es un problema cultural de la mayoría. Se hicieron edificaciones familiares sin asesoramiento profesional con el argumento del costo y el ahorro, pero con el terremoto último perdieron todo y les saldrá más caro.
El problema es, además, de formación profesional y en las universidades. El principio de las construcciones sismorresistentes (tampoco se dice antisísmicas), si estuvieran conscientes que vivimos en una región altamente sísmica y rodeados de volcanes activos, que cada cierto tiempo producen serios estragos a los que hay que acostumbrarse, como se vive en Japón. Acaso los compradores preguntan primero al constructor si el inmueble es sismorresistente ¿o solo nos preocupamos de los acabados, seguridades en puertas y ventanas, tipo de piso, sanitarios, áreas verdes?
Este problema no solo es en el sector privado sino en el público y eso es peor porque juegan con los recursos de la gente. En esta época de falta de transparencia y de organismos de control, ¿cómo colapsó el hospital del IESS en Manta o los problemas en UPC cuando se entiende que son los primeros que deben subsistir para atender a la gente en emergencias?