Son ya 68, con la última, las reuniones que han mantenido a través de 60 años los representantes de los países que integran la ONU. Loables algunas resoluciones obtenidas en estos encuentros; muchas de ellas logradas por unanimidad, otras de carácter mayoritario. La generalidad se ha producido en torno a las diferentes Comisiones de su Asamblea General, creadas para el efecto, a saber: Desarme y Seguridad Internacional, Asuntos Económicos y Financieros, Asuntos Sociales, Humanitarios y Culturales, Política Especial y Descolonización, Asuntos Administrativos y de Presupuesto, Jurídica.
La creación de las Agencias Especializadas de la ONU, como el Pnuma, logran ocupar vacíos clamorosos que, solas, no satisfacen las Comisiones mencionadas. Sin embargo, un dejo de insatisfacción, de mal sabor de boca y de incredulidad invade el mundo, expectante siempre, de los resultados que arrojan las Cumbres de la ONU, de las que se critican los copiosos recursos invertidos, la melosa retórica, el lirismo desbordado, la espectacularidad de ciertos actores y algunas conclusiones arribadas que, dolorosamente, son solo buenas intenciones, declaraciones de “labios para afuera”, que se disiparán cual tibia brisa.
Esta última reunión ha tratado temas sensibles como la situación en Siria, la develada vigilancia electrónica de EE.UU., esto, bajo el análisis -dolido por cierto- de Dilma Rousseff, presidenta de Brasil; de similar forma, suscitó expectativa, el posible acercamiento entre Irán y EE.UU.; se dieron intervenciones de varios mandatarios, algunas destacadas. La que sobresalió es la de José Mujica, presidente de Uruguay, por su contenido profundo, su autoridad moral, su frontalidad y sinceridad. Él refiriéndose, entre otras lacras, a la corrupción y a la economía sucia: “Plagas contemporáneas”; en referencia al dinero, dice: “Ese antivalor, ese que sostiene que somos más felices si nos enriquecemos, sea como sea… parecería que hemos nacido solo para consumir y consumir”; tajante, denunció el “depredador despilfarro de la civilización”; impelió, apasionadamente, a un “cambio cultural brutal que nos está requiriendo la historia”; advirtió: “La fuerza de la humanidad, si se concentra en lo esencial, es inconmensurable”.
Mujica, magistral. Puso el contrapunto oportuno al ambiente de una Cumbre en la que se percibió tibieza, falsedad, conveniencia, oportunismo e hipocresía, elementos insistentes y contaminantes en este tipo de encuentros, muestra de nuestra sociedad.
Es inminente, para la ONU, cambiar o perecer, acometer desafíos, los que clama una remozada civilización, donde debemos luchar contra corriente, contra esa que nos arrastra a los antivalores, a la poltronería y al bienestar, donde el esfuerzo y el sacrificio están siendo triturados.