Es unánime la aprobación que ha tenido el nombramiento del nuevo Ministro de Finanzas. Se trata, en efecto, de una decisión correcta porque la visión económica de Richard Martínez rompe por completo con la línea despilfarradora y endeudadora que tuvieron todos sus predecesores del correísmo.
Martínez es, además, un técnico que ha sido testigo de primera fila del deterioro económico y social del país y ha protagonizado, además, importantes esfuerzos por crear consensos en torno a las soluciones que requiere el Ecuador para salir de la parálisis en la que se encuentra.
Con toda seguridad, Martínez entiende la magnitud del reto que ha asumido: recortar el gasto en proporciones significativas para poner fin a la iliquidez crónica que sufre el erario nacional; atraer inversión privada para que el aparato productivo y el empleo no sufran más como consecuencia del recorte del gasto público; normalizar las relaciones con los mercados y los organismos internacionales para reestructurar la deuda pública; diseñar una solución viable para devolver los recursos que le arrebataron al Banco Central, cuya estabilidad es clave para el buen funcionamiento de la dolarización.
En fin, las tareas son sumamente complejas y, seguramente, los obstáculos que el flamante Ministro deberá enfrentar durante su gestión no sólo serán técnicos sino también políticos. Porque lo que requiere Ecuador ahora mismo es un ajuste que, aunque fuera gradual, no dejará de provocar molestias en sectores con fuerte capacidad de movilización, como los empleados públicos.
El frente político del Gobierno deberá estar preparado para ayudar al ministro Martínez, evitando que su capacidad de maniobra sea limitada por las presiones políticas y sociales que se producirán, si Richard Martínez toma las medidas que deben tomarse.
Otro aspecto clave para el éxito del nuevo Ministro será la conformación de un equipo altamente profesional y cohesionado no sólo en la Cartera de Finanzas sino también en el ex Instituto Emisor y en el SRI. Un trabajo coordinado entre estas tres instancias es, ahora más que nunca, una necesidad ineluctable por la complejidad de los problemas que deben ser resueltos.
Por su cercanía con el empresariado, el ministro Martínez también deberá saber pedir –o, incluso, exigir– el apoyo de este sector a su gestión; por ejemplo, comprando bonos que seguramente tendrá que emitir para sustituir deuda.
La gestión del ministro Martínez nos concierne a todos porque, si resulta exitosa –y todos confiamos en que así será– marcaría un punto de inflexión histórico en el manejo económico del Ecuador; uno que nos enrrumbe por la senda de la estabilidad y el crecimiento, al margen del vicio populista que produjo corrupción en toda la sociedad.