Luego de las elecciones del domingo y conocidos los estrechos resultados a favor del candidato oficial, que levantan más de una sospecha si se tiene en cuenta todo el aparataje legal volcado para beneficiar al designado heredero del caudillo, Capriles emitió una frase contundente: él no es el derrotado sino su contendor que alcanza una mínima ventaja sobre el candidato opositor, después que a este último le correspondió competir en las condiciones más adversas. Habría que ir más allá. El vencido no es el candidato que no pudo emular a quién lo erigió como su sucesor sino todo un proyecto que, ni bien ha desaparecido físicamente su caudillo, se ha derrumbado por los fracasos cosechados a lo largo de estos 14 años. Ganar con algo más del 1% de diferencia, después de haberse impuesto elección tras elección, debe verse como el resurgimiento de las fuerzas que no comulgan con el proyecto chavista. Al parecer existe una especie de hartazgo con del chavismo que ha convertido a Venezuela, una de las Repúblicas más ricas de Sudamérica, en un país en donde la inflación, la violencia y el desabastecimiento de productos básicos son el pan de cada día.
Esa mitad de ciudadanos que se pronuncian en contra del modelo impuesto son los que buscan otro destino para la Patria de Bolívar. Uno donde las decisiones de los venezolanos sean soberanas y que no dependan de las estrategias adoptadas fuera de su territorio en aras de una supuesta solidaridad internacional, que ha servido solamente para dilatar la agonía de un Régimen esquizofrénico y sostener en el poder a una dinastía caduca que ha empobrecido al extremo a su pueblo.
Los venezolanos que se pronuncian en contra de la continuidad del Régimen que les sirvió de Mecenas a los hermanos Castro, aspiran reconstruir su nación sin fomentar el enfrentamiento fratricida que irresponsablemente ha usado el chavismo para sostenerse en el poder. Los supuestos vencedores se encuentran con la novedad que, ni bien culminan los funerales de quien llevó a este descalabro al país llanero, la mitad de la población se pronuncia en su contra exigiendo un cambio de rumbo, donde culminen las vejaciones y la persecución de los que piensan diferente .
Si el oficialismo confirma el supuesto triunfo de su candidato, allí mismo empezarán sus penurias. En cierta forma, la victoria es de los que han resistido por más de una década el ataque populista. Tienen la autoridad moral suficiente como para hacer escuchar sus planteamientos y requerir que se realicen las enmiendas necesarias. De otra parte, al que irrespetando la Constitución se ungió como el sucesor le corresponderá administrar el descalabro y allí el pueblo le tomará cuentas. Otra muestra que los experimentos que llevan la impronta de líderes estrafalarios terminan en el más absoluto fracaso, empeorando más aún la precaria situación de los más pobres. Triste destino de los pueblos que se empecinan en considerar que, más allá del esfuerzo y del trabajo permanente, hay soluciones milagrosas.