Los derechos, ¿valores o favores?

Los autores de la Constitución, que cumplirá cuatro años de vigencia en pocos días, la calificaron como “garantista” en alusión a que, teóricamente, la protección de los derechos fundamentales serían el factor determinante en la estructura del Estado y su primera misión. Pero, esos derechos, ¿son valores sustanciales a la condición humana, o son favores del poder? ¿La gente, creen en ellos?

1.- Las paradojas constitucionales.- La Constitución es una estructura de paradojas, como se pudo advertir desde el tiempo de las ilusiones en que los constituyentes de Montecristi se dedicaron a escribir el proyecto. Por un lado, un “garantismo” exultante, discursivo, retórico, muchas garantías, gran cantidad de recursos de protección, y hasta el derecho a la rebelión contenido en el Art. 98. Por otro, una estructura estatal concentradora de poder, hiperpresidencialista, planificadora a ultranza, con capacidades de disolver la Asamblea, con controles sobre las demás funciones, con potestades para establecer políticas de todo orden y gobernar desde ellas. En semejante perspectiva, era previsible, y así lo advertí oportunamente, que ocurra el grave desencuentro que ahora tenemos: los derechos contra el poder, la tendencia concentradora contra la dispersión prevista en las mismas normas. Y, por supuesto, las tentaciones de emprender otra reforma constitucional. En esas circunstancias, hay que preguntarse si prevalecerá, y por cuánto tiempo, la obra de Montecristi.

2.- El tema de fondo: los derechos.- Como la Constitución se declaró garantista, y como buena parte de sus artículos, se ocupa de los derechos y de sus garantías, y como el ánimo que inspirará una eventual reforma constitucional, aludirá sin duda a ellos, a su extensión y eficacia frente a la voluntad de poder, el tema de fondo tiene que ver con la naturaleza misma de los derechos, y no solamente con las formas jurídicas de que se los revista por decisión del legislador. La idea esencial está en entender a los derechos, que tanto estorban, como potestades implícitas de la persona, frente a la recurrente tendencia a mirarlos como simples y graciosas concesiones del poder, susceptibles de “reforma” o de “derogatoria”. Si se admite la tesis estatista, con la que por mucho tiempo se alinearon algunas izquierdas y otros tantos “progresismos”, de que los derechos son simples concesiones graciosas, será muy fácil cambiar el esquema e imponer otro más ventajoso para el Estado: hará falta solamente dictar una norma, eliminar garantías o condicionarlas, con la venia de los asambleístas, y sancionarla en nombre de cualquier entelequia política.

3.- Los derechos, ¿valores o favores?.- (i) Son valores sociales? Más allá del riesgo político a que constantemente están expuestos los derechos individuales, la pregunta es si ellos son verdaderos valores sociales, si la gente común cree firmemente en ellos, si los ha incorporado a su vida cotidiana como factores de su personalidad y elementos de su dimensión social. Si son verdaderas “creencias” sobre la cuales se construye la vida, si cada persona cuenta con ellos y los defiende, si están amparados por ideas, tradiciones y costumbres, que obligan a los legisladores a expresarlos en leyes.

(ii) ¿Son favores del Estado? La otra vertiente, muy vinculada con los totalitarismos y los autoritarismos, es la que propicia, franca o soterradamente, la idea de que los derechos no son espacios de autodeterminación y libertad vinculados esencialmente a la dignidad de las personas, sino simples concesiones del poder, autorizaciones provisionales a los individuos para obrar en función de las consignas y límites que imponga la “revolución”, la ideología, el “proyecto”, el concepto de justicia descubierto por los poderosos, etc. Si esta es la tesis prevaleciente, entonces los individuos quedan sujetos en todo a la planificación, a las leyes que determinen la organización de la familia, la educación, la inversión, el trabajo, la seguridad, etc. En ese caso, ni el legislador ni el gobernante tienen límites. No tienen límites los jueces ni los fiscales, y en consecuencia, la burocracia es el dios.

Esas corrientes, muy populares en América Latina, porque están vinculadas con el socialismo y con las “razones superiores” de las consignas comunitarias, ponen en manos del Estado todo el destino de la gente. La trampa que sus ideólogos usan es la condena al egoísmo, la satanización del individualismo, el endiosamiento de todo lo comunitario y la concepción del Estado como dimensión ética, es decir, como la síntesis de todo lo bueno.

4.- En el Ecuador, ¿los derechos son verdaderos valores sociales?.- Me temo que los derechos fundamentales y las libertades no son verdaderos valores sociales. Son simples referente jurídicos. No están suficientemente encarnados en cada persona. No se los siente como propiedad de la que no se puede disponer, y que el Estado no puede tocar. Me temo que esa es la razón por la que la gente se acomoda a las dictaduras, por la que clama por manos fuertes y por la que adora a los caudillos. Esa es la lógica que está detrás de las revoluciones que expropian las facultades individuales, que quitan las libertades y suprimen los derechos ante la indolencia y pasividad de la sociedad.

5.- “De gana reclama”.- En el país se ha extendido el miedo y la timidez, pecados escondidos en la frase muy popular “de gana reclama” que se escucha con cierta frecuencia cuando alguien protesta ante el abuso, y se sacude de la indolencia que marca a la generalidad de la gente. La naturaleza sometida de la sociedad ecuatoriana, explica la pasividad con que se reciben leyes que atropellan, el disimulo con que se aceptan decisiones que limitan el ejercicio de los derechos más allá de lo razonable, tesis que proclaman la superioridad de la autoridad y la obligación de someterse a las órdenes sean cuales sean. Más allá de algunos estertores políticos que han echado abajo a gobiernos, la conducta predominante está marcada por la timidez, el miedo, el silencio, o a lo mucho, el susurro frente al abuso de la autoridad o de otros factores de poder.

En esa circunstancia, no será raro que la comunidad aplauda cualquier propuesta de limitar los derechos, de condicionarlos o de someterlos, cualquier tesis que condene a los discrepantes. Es que “de gana reclaman”, “de gana hacen lío”.

Usted, lector, ¿es de los que protestan en defensa de sus derechos o de los que callan?

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