Una de las pocas instituciones de sobrado orgullo continental es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Sus fallos, informes y advertencias han construido una imagen de seriedad en un tema sensible, delicado y trascendente. Un subcontinente cuya historia está cargada de gobiernos autoritarios, cárceles, exterminios.. que una comisión haya podido mantenerse en el tiempo a pesar de las tentaciones de varios países de acabar con ella ya es cuestión de orgullo. La nota lamentable –cuando no?- la ha puesto Hugo Chávez quien ha ordenado a su canciller que Venezuela se salga de su esfera de control molesto por las continuas llamadas de atención a la violaciones de derechos humanos. Ataques reiterados a las libertades de expresión y de prensa, de manifestación, de reunión son solo algunos de los tópicos abordados por esta comisión internacional cuyo coraje y tenacidad han despertado más de una vez el enojo del mandatario venezolano.
Esto retrata de cuerpo entero y define con claridad que tipo de gobierno existe en ese país y cual debe ser la actitud de las naciones en torno a su reiterado comportamiento autoritario. Seguir calificando a Chávez de demócrata es un oxímoron que no requiere ninguna matización. Ni las elecciones frecuentes ni las formas de “democracia participativa” sirven para eludir una calificación tan terminante como afirmar que Venezuela es una dictadura disfrazada de democracia. Este mismo locuaz mandatario es el que califica al ejecutivo paraguayo de autoritario porque no se han “cuidado detalles del debido proceso” o que alienta a su canciller a instigar a los militares de ese país a desobedecer la decisión del congreso en el juicio político que acabó con Lugo. Solo con estas actitudes abiertamente contradictorias es posible colegir que estamos ante un gobierno cuyos gestos y actitudes lo definen como claramente incoherente, contradictorio y por sobre todo: cínico.
América Latina necesita respaldar a la Comisión de Derechos Humanos para sostener el prestigio que sus fallos y decisiones tienen hoy en el concierto mundial. No hacerlo y afirmar que es un instrumento “al servicio de las oligarquías” es convertirse en cómplice de quienes violando normas y principios difícilmente conquistadas en Occidente y en América Latina se empeñan en acabar con toda forma de crítica. Al cierre de medios y persecución de periodistas en algunos países debemos sumar el rechazo de Venezuela a la jurisdicción de este organismo. Si toleramos esto como un acto voluntario y libre de Venezuela claramente nos volvemos cómplices de quienes socavan las libertades internas y pretenden que aislados de controles externos es aún más fácil continuar con la labor de zapa a los derechos fundamentales del hombre.