La sociedad tiene derecho a saber lo que pasa. Y solo en esa condición de ciudadanía informada su conciencia cobra vigor y valor.
En la sociedades donde reina el oscurantismo, se impone un poder vertical o el control del Estado, el tirano o el monarca se expande por cada espacio que le corresponde a la gente. La libertad termina conculcada, sometida al poderoso.
La libertad en su plenitud se anima en la vida cotidiana por el ejercicio pleno y fecundo de la libertad de expresión.
Esa libertad de expresión, como equivocadamente se quiere dar a entender, no pertenece a los medios ni a los periodistas sino alcanza a toda la colectividad.
Los académicos estudian, investigan, piensan, divulgan ideas y promueven debates en ese ejercicio, cuando se lo hace sin temores ni ataduras aún a riesgo de equivocaciones o de desacuerdos.
En aquellas sociedades donde se respira el aire de libertad, es imposible ocultar los misterios que muchos poderosos quieren guardar en los sótanos para beneficiarse del conocimiento, las riquezas y los beneficios no compartidos con los demás.
Latinoamérica vive una etapa explosiva y expansiva de ese retorno a la vida en libertad y la lucha ha sido denodada.
Envueltos en ropajes de indispensables cambios sociales llegaron al poder para tratar de quedarse por muchos tiempo regímenes populistas y otros con matices de izquierda, como parte de los procesos naturales de expresión de las ansias de cambios de grandes masas populares. El populismo en Argentina – creo que solamente agazapado por un tiempo – gobernó de modo ininterrumpido durante 12 años.
A su cobijo se tejieron los escándalos de corrupción y millonario enriquecimiento jamás visto en ese país y probablemente tampoco en esa magnitud en muchos más.
La pareja presidencial multimillonaria, sus socios acaudalados, propietarios de 400 000 hectáreas de campo sin trabajar, decenas de lujosos hoteles, flotas de camiones y autos y bodegas donde -siempre se denunció – se apilaban millones y millones de dólares, euros, pesos.
Más al norte, en el gran Brasil, la imagen de luchadores sociales admirados de Lula y Dilma se derrumba en el juicio político que la Presidenta cesada temporalmente quiere atribuir a un golpe de Estado. El caso es que el establecimiento político siempre se nutrió de los millonarios aportes de las empresas constructoras en contubernio con Petrobras, donde Dilma fue su principal en el directorio. Ahora el ‘impeachment’ – interpelación – durará seis meses. Allí deberá defenderse y es probable que no pueda volver al Palacio de Planalto, ahora ocupado interinamente por un exaliado. Todo está en proceso.
La prensa no juzga, no debe juzgar ni es su papel, pero si tiene el rol de revelar estos casos. En Brasil, como en Argentina, es probable que la justicia jamás hubiese actuado de no haber sido por la prensa valiente y libre que destapó la olla podrida.