Los romanos, Atila y otros tantos están en nuestras memorias como los temibles ganadores que cuando ganaban sus guerras tenían todos los derechos sobre bienes, vidas y destinos de los perdedores. Fue antes que las luchas sociales creen los derechos de la persona, también los derechos del enemigo o del otro guerrero; al igual que el pluralismo.
Es frecuente que los políticos latinoamericanos piensen que ganar las elecciones, de la parroquia a la presidencia, da derechos sobre los otros, incluido el de usar el chantaje, la violencia para anular al contendor, o sobre los bienes del Estado para usarlos como patrimonio propio. Este ejercicio de la victoria prepara una guerra ulterior en que el contendor, ahora disminuido, ya una vez ganador se considere a su vez con derechos similares contra los que ayer le privaron de derechos y libertad.
Frente a ellos, la humanidad contemporánea tiene dos grandes de la historia: Ghandi y Mandela. Dos colonizados que no sólo enfrentaron valientemente al dominador, encarnaron la liberación de su pueblo, sino que una vez triunfadores anularon este círculo de la violencia que agota la política, rompieron con la fatalidad de una primaria disputa centrada en el enemigo y no en un proyecto de sociedad. Ellos en ganadores excepcionales reivindicaron más bien el valor de la paz y la reconciliación. Ello a pesar de que en los hechos, Mandela podía sancionar al colonizador o privarle de sus bienes y darlos al pueblo ayer esclavizado. Pero él optó por la reconciliación y por convivir con el contendor, precisamente porque transformó al enemigo en contendor, aún más, lo hizo contraparte para construir convivencia social con ese diferente, ayer inadmisible explotador. Logró convencer a los suyos que no vale la venganza sino dedicarse a construir otra sociedad.
Mandela tuvo un origen político de izquierdas marxistas, pero no se dejó obnubilar por la idea marxista que los contrarios (una vez ganadores) anulan la época y a los actores de ese pasado.
Hoy, las izquierdas siguen reivindicando a Mandela sin asumir su gran lección de historia por la cual hay que construir con el contendor, que el pluralismo es mejor que darse el poder sobre el otro o que su visión es la única que vale. Ensalzan a Mandela mártir de la represión colonial más no al estadista, pues ello cuestionaría las prácticas latinoamericanas por las que los gobernantes priorizan garantizarse poder antes que construir sociedad, dotándose de los derechos de ganador absoluto. Mandela en cambio supo que construir Estado no pasa por anular el pluralismo, convirtiéndose en Gran Hermano, sino al contrario consolidando la sociedad, y la expresión política de su diversidad. El sentido de ganadores absolutos es anularse con la victoria del otro, una pasión por reiniciar lo iniciado. El estadista rompe el círculo aun a costa de sus pretensiones.