Si ya son numerosas las causas que provocan angustia, la noticia conocida el domingo 10 de junio de este año respecto a la depresión, la aumenta, al conocer que los pacientes con depresión en Quito superan el promedio de Latinoamérica.
La depresión es –según los expertos- un trastorno del estado de ánimo y su síntoma habitual es un estado de abatimiento e infelicidad que puede ser transitorio o permanente. Consecuencias finales, como la de una paciente de 38 años de edad que piensa insistentemente en la muerte en medio de la preocupación por su hijo de 11 años.
La investigación realizada por la destacada periodista señorita Gabriela Quiroz, pone a la vista casos de personas a las que hay que preguntar: ¿siente que no vale la pena vivir? ¿No tiene ánimo para levantarse ni voluntad para tomar decisiones? ¿Se siente infeliz y ve su futuro sin esperanza? Si sus respuestas son afirmativas, es posible que afronte una depresión.
Cabe preguntar: ¿cuál es nuestra diaria realidad que haga posible el trastorno depresivo? Pensemos en el tránsito: ¿alguna vez las autoridades viajan en bus de servicio público? Si lo hicieran, se darían cuenta que la gente viaja maltratada, junto con vendedores que pregonan su mercancía, mascotas, gallinas, cestas, bultos que despiden olores a pescado, cebollas, etc, etc.
La nariz, la garganta, los bronquios, los pulmones, sufren el castigo diario del aire contaminado por gases de combustibles.
Las autoridades, si vivieran fuera de la ciudad y condujeran personalmente su vehículo, cuánto se angustiarían si en un trayecto ínfimo de 20 km entre el valle de Tumbaco y Quito, hay que ocupar más de dos horas en ir y venir.
El castigo al oído proviene de motores y parlantes de buses, camiones, automóviles; locales comerciales del trayecto –ya en Quito- que usan sirenas ululantes. ¡Y la persistente propaganda comercial y política!
Si el pobre ciudadano no está equipado con cédulas, no es atendido por burócratas, quienes no aceptan una copia sino el original. Y si el original se pierde, vaya a saber cuánto tiempo y paciencia se requiere para obtener otro ejemplar original.
Y los trámites, en todas partes. Y las multas, sanciones y amenazas que provocan miedo en la población.
¿Dejó su vehículo estacionado en la zona azul? ¿Se olvidó el tiempo? Lo hallará con un candado, para librarse del cual necesita tiempo, más tiempo y dinero. Peor, si los protegidos delincuentes roban una parte del vehículo, o todo completo, fuera de esa zona.
¿Quiere matricular su vehículo? Se halla con multas que no sabe por qué contravención, ni cuándo ocurrieron? Pero que las cobran, las cobran.
La lista de fuentes de angustia es mucho mayor. Pero no hay espacio para mencionarlas. Como decían las mujeres antiguas, en tal circunstancia, solo queda exclamar: “Jesús, tres veces”.
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