Por un momento imaginemos cómo hubiese sido el Ecuador sin petróleo desde 1972, cuáles sus prioridades desde ese entonces hasta ahora. Optimistamente, quizá sería un país austero con mejor actitud para el trabajo complejo, con mejor disciplina para laborar las 8 horas de 60 minutos. Por escasez, la población no sería dada al desperdicio ni los burócratas al despilfarro del dinero ajeno. Los niños y jóvenes hubiesen sido educados para el esfuerzo y preparados para el trabajo fecundo. Quizá no habríamos comprado submarinos costosísimos y seguramente hubiésemos fomentado la aprehensión del conocimiento técnico y la formación de trabajadores excelentes en materias modernas para producir con talento humano bienes de alto valor. Pero, pesimistamente, quizá también pudimos haber continuado siendo un país muy pobre, con mala educación y escasa preparación profesional, con crisis recurrentes y carencias extremas.
La escasez de divisas obliga a ser creativos, disciplinados y ordenados. Mas, el petróleo cambió la actitud de la gente, nos hizo rentistas, en donde no importa trabajar bien o mal pues igual nos llega el sueldo. Cuando hay abundancia el despilfarro disimulado impide ser austeros con recursos siempre escasos. Por eso no hemos podido priorizar nuevas producciones con un valor agregado importante para construir un sustituto del petróleo como generador de riqueza sostenible.
Desde hace 40 años hemos vivido períodos de relativo auge, usufructuando de algo que Dios nos ha dado y no de algo creado con esfuerzo humano propio. Cuando el precio del crudo ha sido bueno hemos hecho lo posible por satisfacer las necesidades básicas para que la gente pobre mejore su vida, pero a base de dádivas, de precios subsidiados y recurriendo a la ley del menor esfuerzo. Bien o mal, el dinero del petróleo ha dinamizado la inversión pública y ha crecido el volumen y la velocidad del medio circulante que se ha canalizado para hacer casas y edificios modernos, grandes centros comerciales, descuidando la inversión en industrias y servicios que den trabajo sostenido y bien remunerado a la gente joven. Ahora debemos disminuir rápidamente el número de ecuatorianos que se debaten en la pobreza extrema, atacar las enfermedades evitables, reforzar a la clase media y mejorar las condiciones de vida de todos.
El petróleo ha marcado una alta dependencia y ya no es posible salir de este tipo de desarrollo, pero sí es factible reorientar las acciones hacia un modelo más equitativo y ambientalmente sostenible. Actuemos como que ya se nos ha acabado el petróleo y proyectemos otro tipo de desarrollo, para sustituir la dependencia, practicando la vieja frase de “sembrar el petróleo”, en un país que necesita mucha inversión privada para alcanzar una calidad de vida aceptable.