No viví la época en la que los patrones ordenaban. Pero, en el presente, parece que, aunque predican lo contrario, practican lo de antaño encubiertos en un aire de modernismo, confiados de que el mandato será recibido silenciosamente, cabizbajos, sin cuestionamientos, por quienes, por el miedo, corren a cumplirla sumisamente. Me molesta y no lo practico ni espero que nadie conteste mande patrón pero, desgraciadamente, ha quedado en la historia de nuestra lengua y esperan que al mandar, sus mandados se cumplan sin cuestionamientos ni crítica, sin la libertad que nos pertenece. Cuando el poder no tiene mesura, aparecen los pseudoemperadores, que pretenden eternizarse y que no son aceptados en el mundo desde hace siglos.
Pero el miedo, como en todas las revoluciones que han cambiado la historia, trae consigo la necesidad del cambio y como resultado, la pérdida del respeto hacia quienes creen que pueden ordenar como si de su latifundio se tratara ante la desaparición de la libertad. Un miedo que asustaba y por ello, se hacía lo que había que hacer para estar a salvo. ¿A salvo de qué? De ser espiado, de ser injustamente acusado, multado y cobrado, de ser robado de las ideas y de las palabras. No se discute la necesidad del cambio, esta sí existía, es decir no es el fondo, es la forma que ha ido tomando, que ya no es a favor de todos los ecuatorianos, sino de algunos afectando a otros.
Se necesita, hoy más que nunca, con más fuerza, el diálogo, como se lo conoce: la conversación fluida, de mentes abiertas, especialmente por quienes deberían proponerlo para salvar una época de protestas con razón suficiente para explotar en las calles. Un diálogo que no separe entre quienes buscan la libertad para cuestionar, criticar y que, no tienen obligación alguna de silenciarse y aquellos que están de acuerdo con todo lo que sucede. Entre aquellos que ven un futuro no halagador para Ecuador y aquellos que aún creen vivir en el paraíso y no sienten que deben cuestionar nada.
La ventaja de la democracia es la participación de todos, sin importar su raza, su religión, su ideología, mismas que deberán aplacarse por el bien del país. El echarse para atrás cuando uno se equivoca no es de cobardes, es de valientes; mientras exactamente lo contrario aplica para quien no puede aceptar que comete equivocaciones y sube el volumen de la agresividad dirigiéndola hacia quienes no tienen el poder. El país entero sufre. El ejemplo que se asienta no forma juventud sana o líderes del mañana. Necesitamos de la unidad, no entre los opositores o los de gobierno, sino entre los líderes y el pueblo. Que se acaben los juegos de niños en la contabilidad, los que somos más o son cuatro, porque las mayorías y las minorías conforman el país. Además, hay que aceptar que los porcentajes, a favor o en contra, suben y bajan en las encuestas como el petróleo en el mercado.
Nuestra obligación es luchar por lo nuestro, Ecuador, la libertad, la expresión y hacerlo con la cara en alto porque no tenemos patrón ni respondemos mande.