El escándalo hoy invade la razón y los principios. La presencia electoral de ciudadanos que supuestamente, por su arte o profesión, no son presentables socialmente, figuran en listas para la próxima contienda electoral. Se olvidan que el parlamento es la institución más democrática de todos y no solo de los “cuellos blancos “como sucedía en los primeros y abyectos tiempos republicanos. Muchos, medios de comunicación – que se olvidaron de su lucha por la libertad y la igualdad – advierten sobre el uso y abuso de figuras estelares de la farándula que los partidos y movimientos utilizan o compran, pues carecen de militantes que tengan algún carisma o destello que las figuras de las tarimas lo poseen y convocan. Por eso se reclama y protesta cuando esos ciudadanos de “tercera” pueden ser candidatos al parlamento. Se olvidan que fueron los “sans culottes”, gente del pueblo llano, los que en 1789 tomaron La Bastilla y quiénes se convirtieron en la primera fuerza de presión para que el artículo primero de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano exprese: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”.
En el caso del Ecuador los cantantes o bailarinas no han asaltado la Asamblea Nacional ni el vilipendiado Palacio de Carondelet simplemente han sido llamados por caciques electorales para que apuntalen sus listas, que de otra manera carecerían de atractivo. Ellos lo hacen libremente, incluso conscientes de que son objeto de una perversa manipulación.
Sin embargo otros ciudadanos, que no pertenecen a la farándula, son desconocidos y solo rellenan las escuálidas listas para que con suerte pueda ser elegido el patrón que encabece la nómina. Ellos no son objeto del repudio social. Pueden ser reelectos aunque nunca hayan hecho presencia política en los últimos cuatro años, o son ex funcionarios que buscan desesperados el refugio de la impunidad o asambleístas que ingresaron en las privilegiadas páginas del bochorno nacional.
Olvidan que no es lo mismo una rumba al son de una orquesta que un presumido que hizo fortuna al ritmo de un maletín o de las contrataciones a dedo de los últimos diez años.
En la práctica somos libres en tanto y cuando podemos elegir en secreto. En un espacio donde estamos solos lejos del poder, la familia y hasta del púlpito. Es el único instante pleno de una democracia que carece de una elemental institucionalidad como en otras naciones donde existe el contrapeso de las funciones estatales, donde los jueces están protegidos en su independencia y los órganos de control gozan de una elemental autonomía.
Hubiese sido nefasto y contrario a los principios republicanos elegir a la Tongolele, a Pérez Prado o a Cantinflas; por eso a buena hora se pudo hacerlo con Lula, Cristina de Kirchner y al interlocutor de los pájaros, como es Maduro.