Alianza País anunció que no realizará primarias abiertas para escoger a sus candidatos en las próximas elecciones. Este proceso será encargado a una comisión integrada por tres altos dirigentes del oficialismo. Decisión coherente, sin duda, porque pone al descubierto la verdadera catadura del movimiento de Gobierno. Transparenta las turbias aguas de las declaraciones oficiales, permitiendo observar el oscuro fondo de su visión política. Es el acople definitivo con su condición de pieza más reciente de la partidocracia. Ya no hay cabida para ambigüedades ni disimulos: se produjo al fin la reconciliación del correísmo con el pasado, con la célebre dedocracia de las empresas electorales.
Tal vez la Ministra de la política aspire cándidamente a decidir sobre la elaboración de las listas de candidatos; quizás el Secretario Ejecutivo del movimiento de Gobierno, con su retórica barroca y complicada, anhele definir ciertos espacios de representación política. Vanas pretensiones. A los humildes mortales que vemos la realidad con los ojos de la trillada historia política nacional, nos queda claro cuál de los miembros de la santísima trinidad electoral cortará el queso… por disposición suprema directa. Tres lugartenientes distintos y un solo elector verdadero.
Con toda seguridad se aplicarán los sondeos, mediciones, encuestas, evaluaciones y consultas anunciadas; también se llevarán a cabo convenciones, asambleas, concilios, cónclaves, conferencias y reuniones a lo largo y ancho del país. Pero el filtro final para escoger a los elegidos no será otro que la probada incondicionalidad con el caudillo. Tal como en las viejas épocas. Ya lo anticiparon los voceros del oficialismo, cuando rememoraron las causas que provocaron las disidencias internas: todo se redujo a una divergencia “con los principios políticos e ideológicos del proyecto”. El problema es que nadie hasta ahora sabe cuáles son esos principios, a más de los que arbitrariamente pontifica el Presidente cada que las circunstancias lo ameritan. ¿Son acaso el sumak kawsay, la ética, el respeto irrestricto a la naturaleza, la pluralidad, la tolerancia, la dignidad, la firme convicción democrática? Porque si vamos por eso, algunos disidentes deberían continuar en el proyecto, y muchos gobiernistas deberían estar afuera.
No es la realpolitik la que provoca tantos estragos en las proclamas refundacionales y renovadoras del proyecto País. Es la fobia a la democracia; es la incapacidad crónica para negociar; es el temor atávico a la ciudadanía emancipada; es la alergia a las diferencias; es el sistemático estrangulamiento de las discrepancias. Cuando los proyectos políticos encuentran su realización en el poder, la democracia empieza a volverse en estorbo.