¡Qué sería de París si algún novelero decidiera que el Arco del Triunfo se ve muy pequeño y que lo que hay que hacer en los Campos Elíseos es un rascacielos inteligente! ¡Qué sería de Londres sin el Big Ben. O Madrid sin la Cibeles.
En el país de la línea imaginaria vivimos de delirio en delirio. Se arrastran bustos de una plaza a otra, cuando su protagonista nos deja de ser simpático y se cambian los nombres de las calles más antiguas de acuerdo a las afinidades del momento. Se diseñan monumentos para competir con la altura del Cotopaxi y, desde donde aseguran, se podrá ver el mar, desde las profundidades de los valles de Quito…¿Y si de una vez cortamos al Pichincha para dejar de ver esa mole de montaña que nos tapa el paisaje? A lo mejor hasta sale más barato…
Se hacen mega teleféricos con tiendas de lujo que tuvieron que cerrar porque nadie sube a comprar camisas finas a cuatro mil metros de altura.
Se hacen mega-aeropuertos, allá, donde no hay pasajeros. Mega-puentes que van a ninguna parte. Y mega-aulas, allá, donde hay un solo profesor para la educación básica porque nadie quiere ir a semejantes lejuras. Se hacen hospitales donde no hay alcantarillado. Millones acá. Millones allá. Millones acullá. Grandes carteles con rimbombantes cifras para satisfacer grandes delirios. ¡Y en plena época de la planificación total, de los formatos Semplades y los famosos POA que resuelven todos los problemas!
Las bellas casas de adobe y teja que adornaban el paisaje de la Serranía son ahora casas de bloque, siempre, con las barras de hierro simulando columnas que se harán algún día, cuando lleguen las remesas de los migrantes que ya no llegan.
El magnífico valle del Chota, que tenía casitas redondas de barro, hoy no es más que un polvoriento lugar con bloques de cemento y casas sin terminar. Las enormes malocas de madera y techos tejidos de paja, frescas en el calor y abrigadas en el invierno, han sido trocadas por minúsculas casas para familias de tres miembros en lugares donde los niños se multiplican por 10, con techos de zinc que las vuelve un horno en el verano y donde no se puede hablar cuando llueve.
Delirios. Igual que dar un lujoso Ferrari a quien no sabe conducir. Elefantes que casi siempre se vuelven blancos. Familias con dos y tres carros cuatro por cuatro, comprados a crédito, aunque en sus casas no tengan para comer. Casas con piscinas que no se usan nunca porque el vértigo diario no da tregua. Proyectos alucinantes como una planta desalinizadora en un río de agua dulce y domos para guardar la biodiversidad que algún día veremos como reliquia. Torres que quieren llegar tan alto como el sol en lugares de terremotos y el cuento de que con más cemento y menos educación, llegaremos a la altísima cumbre del desarrollo. Mientras más arriba se esté, más dolorosa la caída.