El conocimiento es madre de la iniciativa, la civilización y el progreso. Es la luz que ilumina el camino a las invenciones con las que la humanidad conquistó su hábitat y supera sus adversidades.
La ignorancia es el freno que conduce a callejones sin salida. Su sombra frena el desarrollo, conduce a la pobreza y crea las injusticias. Condena a los pueblos por generaciones, cuando no los revierte a previos estados de barbarie.
Enseña esta lección el estudio del ascenso y caída de otrora pueblos poderosos reducidos posteriormente a la pobreza y el atraso. Así lo ilustran paradigmáticamente la gloria, decadencia y caída de Grecia y Roma.
Derruida la cultura clásica, siguió una noche de mil años de tinieblas que se conoce como el Obscurantismo.
Sócrates fue condenado al suicidio por un Gobierno que lo acusó de alentar el estudio de la filosofía y hablar libremente en una época de rígidos controles políticos. La metodología de cuestionar hasta llegar al fondo de los problemas que enseñaba el filósofo, muy respetado en Atenas, intimidó a los poderosos de su día. El poder de los conocimientos que el método aristotélico podría generar contra sus intereses los alarmó. Sabían que un pueblo libre, educado, consciente de sus derechos y cumplidor de sus deberes, no puede ser dominado ni convertido en una nación de esclavos.
La realidad latinoamericana es que un gran porcentaje de la población subsiste en la monotonía de su ignorancia y en la servidumbre sus carencias. No tener ningún conocimiento equivale a no tener brazos ni piernas para labrar la tierra. Sin educación, sin capacidad de análisis crítico, sin libertad de pensamiento, ningún ser humano puede aspirar a lograr el pleno ejercicio de sus derechos a la vida, la salud, la educación, el trabajo o la propiedad.
Un pueblo no puede progresar si su gente no puede o no la dejan aprender. Una organización no puede producir, si sus empleados no tienen los conocimientos necesarios para hacerla funcionar. Un Gobierno no puede gobernar, si las autoridades que toman decisiones, no cuentan con la adecuada preparación para entender las razones y consecuencias de sus decisiones.
Un pueblo ignorante y sin educación, se estanca y fosiliza.
El conocimiento es la base del progreso, la fuente de la riqueza y el agente transformador del poder. Sin conocimientos, el ignorante profundiza su dependencia. Sin conocimientos, la población cree en las patrañas de los demagogos y se resigna ante las mentiras de los corruptos. Sin conocimientos, el ciudadano es víctima de otros ignorantes encaramados encima suyo. Allí impera la incapacidad, que a su vez engendra la mediocridad, la indiferencia y el fatalismo.
Sin conocimientos reina la servidumbre del conquistado.