Hoy 7 de febrero de 2014 se cumplen 50 años de cuando los Beatles aterrizaron por primera vez en los Estados Unidos, en Nueva York. Lo hicieron en un Boeing 707 de Pan Am -el Pan Am 101-, cuyos motores ni se oían por los gritos de la multitud que esperaba en el aeropuerto John F. Kennedy a los “fabulosos cuatro” de Liverpool, bajando como dioses por la escalera.
Sin poder creerlo, ¡América! Todos los periódicos del mundo, todas las revistas, todas las emisoras y todos los canales de televisión, las redes sociales, las páginas de Internet han celebrado este aniversario como lo que es: una especie de cumpleaños de la humanidad. Quizás exagero y no fueron todos; quizás los gritos no nos dejan ver bien. Pero estas semanas han sido como una nueva apoteosis para John, Paul, George y Ringo. Y otra vez en las calles de América hay discos y pelucas y camisetas de las “escobas que cantan”.
El 26 de enero, en los Premios Grammy, Paul y Ringo tocaron juntos ante millones de personas que los vieron por la televisión en medio mundo: sobrevivientes ambos de una época en la que nadie pensó que existiera algo parecido a la vejez; sobrevivientes de sí mismos, como todos, aunque ellos más. Entre el público estaba también Yoko Ono, bailando dichosa. Hasta a ella le ha llegado por fin un poco de justicia y de cariño, luego de ser por décadas, para los miembros de la secta, la bruja que emponzoñó las aguas y el largo y sinuoso camino.
Decía George Harrison que los Beatles habían sido solo una excusa para que la gente se volviera loca; “todos ponían la plata y los gritos, nosotros nuestro sistema nervioso”, dijo una vez. Pero después de tantos años, muchos ya sabemos que no hay mejor religión en el mundo que la ‘beatlemanía’. La única que es al mismo tiempo el paraíso, desde la primera canción. Basta poner cualquiera y ya; no importa cuándo, siempre es 1964 y la historia vuelve a empezar. Basta sumarse a la multitud y gritar.
Dirán que exagero, y es obvio que sí; para eso son los Beatles, como diría la más famosa de sus seguidoras y la mejor, Mafalda, que también cumple 50 años este año. Y no creo ser el único, ya dije que no: la CBS transmitirá este domingo un programa especial para celebrar las cinco décadas exactas de cuando 73 millones de personas en los Estados Unidos prendieron el televisor y allí estaban ellos, en el show de Ed Sullivan. La noche que cambió a América, se llama el especial. La noche más feliz de la vida, qué noche la de aquel día.
Pero no todo es felicidad. En medio de tantos gritos y tantas celebraciones, debería haber un momento para acordarnos también de un hombre para el que estos 50 años han sido una tortura y una maldición. Hablo de Pete Best, el pobre baterista que estuvo con la banda justo hasta la víspera del éxito, y al que los otros tres echaron antes de grabar su primer disco, con el argumento de que no sabía tocar. John lo explicaba mejor: “Pete Best era un buen baterista pero Ringo era un Beatle…”.