Era cuestión de tiempo. La inflación en el país venía cayendo de forma sostenida desde el año pasado, en parte como un reflejo de la contracción de la economía ecuatoriana, la primera desde que se implantó la dolarización.
El 2017 empezó con una inflación anual menor a 1%, pero continuaba siendo positiva. El gasto público previo a las elecciones presidenciales de abril pasado inyectó liquidez al mercado y dinamizó el consumo, lo cual se reflejó en un aumento de la inflación durante los meses de abril y mayo.
Pero en junio terminaron las salvaguardias cambiarias para una amplia lista de productos importados, que se reflejó en una reducción de precios. También bajó el IVA del 14 al 12% y se mantenía vigente en el mercado una de las campañas más largas de descuentos en las cadenas comerciales.
Este último fenómeno era la opción que tenían las empresas para conseguir liquidez en época de crisis. Pero sobre todo era la única opción para mantener a flote los negocios en un país donde los costos de producción se inflaron durante el ‘boom’ petrolero, principalmente porque se hicieron aumentos salariales más allá del aumento en la productividad de la mano de obra.
Lo anterior no se sintió durante la época de bonanzas porque el exceso de dinero ocultaba la pérdida de competitividad. Pero cuando el dinero empezó a escasear se hizo evidente que Ecuador se había convertido en un país caro. Y para ser competitivos nuevamente se necesita que los precios bajen.
La inflación mide el incremento sostenido de los precios en la economía y para que los precios caigan se necesitará que la inflación sea negativa. Eso ya ocurrió el mes pasado, por primera vez desde 1970, cuando la inflación anual cayó a -0,03%.
Para recuperar la competitividad de las empresas nacionales y hacer que la economía crezca, se necesitará pasar por un período prolongado de inflación negativa, conocido como deflación. Este empezó el mes pasado, aunque no se sabe cuánto tiempo durará.