La década saqueada

Con poca originalidad, copiando la que fue lema del kirchnerismo, en nuestro país también han intentado instalar la frase de que el periodo administrado por el actual gobierno, ha sido una década ganada, pretendiendo inducir a la conclusión de que lo bueno que se ha producido, se debe a exclusivamente a la gestión virtuosa de los que administraron la cosa pública por alrededor de diez años.

Nada se dice en la propaganda oficial, que en ese periodo el país obtuvo una bonanza proveniente de factores externos que inundó de recursos a la nación mucho más que en cualquier otra época de la historia republicana, circunstancia en la que poco ha tenido que ver la acción u omisión de los gobernantes. Pero ante los escandalosos actos de corrupción descubiertos en el país austral que involucran a la familia Kirchner, que hicieron y deshicieron en territorio argentino a su entero antojo, la población ha bautizado al periodo en mención como la década saqueada. A ello han contribuido los inobjetables vídeos en que ex funcionarios han sido encontrados con maletas llenas de millones de dólares o que muestran cajas de seguridad con igual contenido pertenecientes a la hija de la ex pareja presidencial.

Parecida cosa podría decirse ahora casa adentro, cuando dos ex principales figuras a cargo de la gestión petrolera se hallan involucradas en sendos episodios en los que se han puesto en evidencia millones de dólares acumulados en cuentas del exterior. Pocas veces han quedado registrados en la historia nacional hechos en los que se hayan identificado bienes a nombre de ex funcionarios y cuyo origen esté vinculado con transferencias realizadas por personas jurídicas o naturales beneficiadas con contratos públicos. De seguro, de los montos de los que se habla ahora no han existido precedentes.

Lo que más llama la atención es que las alarmas no se prendieron en un gobierno con vocación a controlarlo todo, cuando uno de los ex funcionarios habría efectuado gastos desorbitados para un empleado público. Una boda fastuosa en el que más de uno de los comensales debió hacerse preguntas, ¿de dónde provenían los recursos para que semejante ostentación pase desapercibida?, ¿quiénes constaban en las listas de invitados? ¿no era para sospechar que algo se encontraba fuera de lo normal y que el desparpajo de mostrarse espléndidos estaba relacionado a una sensación de considerarse impunes?

Actos como el sucedido dan cuenta de que el abuso también operó por estos lares y que el discurso de la pulcritud y de las manos limpias está empañado. Y lo peor es que, si se mira objetivamente, casos como este se producen por los procedimientos especiales de contratación aplicados en los que las decisiones trascendentales quedaban concentradas en la voluntad de pocos. Razón adicional para porfiar en el empeño de reinstitucionalizar el país y evitar que los recursos públicos sean botín de vivarachos instalados en los gobiernos de turno.

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