Francia es un país cuya historia le ha ganado prestigio e influencia mundiales. Afectada por la crisis económica que azota a Europa, se apresta a elegir a quien será su presidente durante el próximo quinquenio. En la primera vuelta electoral, el socialista Hollande obtuvo una ligera pero significativa ventaja sobre el presidente Sarkozy.
La campaña ha sido propia de una democracia madura e institucionalizada. El socialismo pudo sobreponerse oportunamente a los efectos de un episodio de la vida privada de Dominique Strauss-Khan -acusado de asaltar sexualmente a la camarera de un hotel en Nueva York- que le descalificó como aspirante a la Presidencia de Francia, con casi seguras posibilidades de triunfo.
Sarkozy y Hollande, en un intento para convencer al electorado, acordaron debatir públicamente. El enfrentamiento se llevó a cabo el 2 de mayo. Dejando de lado la opinión con respecto a quien resultó el ganador, vale la pena extraer del debate algunas conclusiones válidas para cualquier otro país democrático.
Los debatientes expusieron ideas y doctrinas con conocimiento y autoridad, sin quedarse en el campo de las especulaciones académicas. Tuvieron diferencias serias sobre la crisis económica europea, la seguridad interna, el trabajo y la desocupación, la reforma educativa, la migración extranjera, la seguridad social, la política nuclear. En cuanto a las relaciones internacionales, prevalecieron las coincidencias, excepto en temas como el euro, la cooperación con Alemania, la política africana y la participación francesa en las acciones de la ONU relativas al Oriente Medio. Casi nada dijeron sobre América Latina, aunque es evidente que Europa reconoce y trata de ir al ritmo del nuevo rol que empieza a jugar nuestro hemisferio en el concierto mundial.
El debate, franco y apasionado (“salvaje” ha dicho alguna prensa europea) puso de manifiesto la amplia preparación de ambos líderes y no desbordó los límites impuestos por la madurez democrática. No faltaron las acusaciones personales, pero la actitud fue de altura y respeto mutuo, en ningún momento vulgar o chabacana.
Merece destacarse la forma en que Hollande respondió a la pregunta sobre cómo ejercería la presidencia si fuera elegido. Dijo que respetaría a todos los franceses, sin exclusión; que no abusaría de su mayoría parlamentaria; que no acumularía poderes ni se proclamaría jefe de todo sin responder de nada; que fortalecería la independencia de las funciones del estado y sus instituciones; que no pretendería controlar la TV pública; que daría prioridad al mérito y no a la coincidencia ideológica para designar a sus colaboradores. Dijo, en suma, que honraría la divisa republicana de “libertad, igualdad, fraternidad”.
¡He allí por qué se reconoce en Francia a un país con una democracia madura!