El poder de las anécdotas

Habituados a la historia como la aburrida relación de gobernantes, batallas, una que otra “revolución” y otras tantas asonadas, las anécdotas, en contraste, se mueven entre la verdad y la ficción, iluminan el pasado y permiten entender cómo fue esa vida -la de los antepasados-, cuáles sus valores, prejuicios y costumbres.

La misma capacidad de iluminación tiene la novela histórica y, quizá, la biografía, como aproximación a un hombre, o más bien, como la visión de un tiempo a través de un personaje.
Las crónicas de Indias - el primer capítulo del realismo mágico- son fuente inagotable de anécdotas, historias y relatos, y de esa mitología que se fue formando a través aquellas “novelas” cargadas de sueños y de verdad que, durante siglos, quedaron escondidas en los archivos españoles.
Las crónicas son la visión, a veces ingenua, de conquistadores y misioneros frente a un mundo distinto, sorprendente por su inmensidad y belleza, por las culturas insólitas que encerraba, por los emperadores indígenas y sus palacios, por la fauna y por la flora. En fin, por la vida que los europeos encontraron tras largas rutas en carabelas y galeones. Son el contraste entre la Edad Media que trajeron en sus cabezas y lo nuevo, lo impredecible.
Más tarde, en la Colonia y en la incipiente República, los viajeros hicieron el papel de nuevos cronistas, y dejaron sus relatos asombrados, que se mueven entre la realidad, la imaginación y el poder de las anécdotas. Esos textos dicen más que las historias oficiales, que son, a veces, insoportable monumento a la grandilocuencia del poder.
Aquellos textos son más ricos que los farragosos informes de los poderosos y mucho más que los densos tomos de registros públicos y las toneladas de leyes y constituciones que han servido como testimonio de la constante ficción de cultura política que nos entontece desde siempre.
Más historia hay en las notas de los extranjeros que llegaron por acá en el siglo XIX -Darwin, Whymper, Meyer, etc.- que en las transitorias constituciones con las que nos gobernaron.
Más historia viva hay en los perdidos cuentos ferrocarrileros que en los contratos entre el gobierno de Alfaro y el gringo Harman. Hay más verdad.
La “cultura de la imagen”, conspira en contra la función social de la anécdota. En el imaginario colectivo prevalece ahora la transitoria nota de la televisión, la premura del reporte, el comentario del entrevistador.
Prevalece la propaganda, y se ahoga así esa fuente de testimonios fabricados desde abajo, desde el pueblo, que es la anécdota. Va muriendo su poder que, con el tiempo, se convierte en esa especie de sustancia social que permitía y que permite entender la índole de un país, su personalidad y su pasado.

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