Nunca ha estado Nicaragua tan cerca de convertirse en una monarquía como el jueves de la semana anterior cuando el Congreso aprobó con torrencial mayoría de votos sumisos, reformas a la Constitución, discutibles hasta el extremo. De ahí que siguiendo el uso de las monarquías, acaso debería ser llamado como Daniel Primero el señor Ortega, quien gobierna a esa nación, abrumada de problemas.
Pero si es que la ‘implantación de regímenes vitalicios debería ser considerada -como lo es en efecto- una de las características más notorias de las monarquías, resulta forzoso admitir con preocupación que varios otros pueblos latinoamericanos estén caminando por la misma vía. Así sucede con el inefable señor Maduro, de Venezuela, también con el ecuatoriano economista Rafael Correa, al mismo tiempo que el mandatario Juan Manuel Santos de Colombia y seguramente la señora viuda de Kirchner, de Argentina, más allá de los caóticos episodios protagonizados por una parte de los policías, de varias provincias.
Las reformas constitucionales de Nicaragua estuvieron aderezadas con abundancia de motivos para impresionar a la ciudadanía y disimular las verdaderas intenciones gubernamentales. Los días previos se insistió en las modificaciones vinculadas con los nuevos límites de Nicaragua que, a su vez, fueron consecuencia de un laudo de la Corte Internacional de Justicia, en el caso que le fuera sometido a este organismo; el resultado fue poner 90 000 km cuadrados del Mar Caribe bajo la jurisdicción nicaragüense, y no de Colombia. Con solemnes palabras Ortega, afirmó que “hoy Nicaragua creció en dignidad, porque estaban allí diputados patrióticos quienes dieron su voto a favor de este hechos histórico”, mientras que motejó como “traidores, peleles y vendepatrias” a los 26 parlamentarios opositores que se expresaron contrariamente.
Pero pocos observadores internos y casi ninguno de los analistas extranjeros dejaron de advertir que el corazón del asunto era la disposición que en el artículo 147 de la Constitución impedía la reelección de manera inmediata. Al efecto había un “doble candado”, se prohibía asumir la Presidencia en dos períodos consecutivos y en más de dos ocasiones.
Ortega se había destacado en la lucha armada contra la abominable dictadura de la familia Somoza -padres, hijos, hermanos- que dio el poder a los llamados “sandinistas”, por alusión a un caudillo revolucionario de las décadas anteriores. El actual Mandatario ya gobernó de 1985 hasta 1990 y después del 2007 al 2011, pero pese al ‘doble candado’ aspiraba a un tercer período. Protegiéndose tras una sentencia de la Corte Suprema de Justicia que volvería a la prohibición constitucional como “inaplicable”.
Los nicaragüenses continúan figurando como uno de los países más pobres de Centroamérica y con más abismales diferencias en los niveles de vida de sus habitantes.