Si a la querida Olguita que trabajó en mi casa casi trece años, yo le hubiera dicho con la mejor de mis sonrisas: “Olga, tráigame un vaso de agua, por favor”, ella habría pensado inmediatamente que yo había amanecido “bravísima”; pero habría bastado que yo le dijera “¡Olguita, deme trayendo un vasito de agua!” para que las tareas del día se deslizaran como sobre ruedas, porque la comunicación eficaz tiene la virtud de hacer surgir el mejor lado de cada uno de nosotros.
“Da diciendo” y formas similares son idiotismos -giros o expresiones propios de una lengua que no se ajustan a las reglas gramaticales- que utilizamos en el español andino ecuatoriano y del sur de Colombia, como imperativo atenuado. Y decimos también “Me dio componiendo el reloj”, “Le doy llevando el mensaje”, expresiones que tienen implícita la solicitud previa, que no orden, de que alguien compusiera el reloj o de que otro entregara el mensaje en lugar del rogador.
¿Qué es lo propiamente correcto o incorrecto en el idioma? No hay en él corrección ni incorrección absolutas: el valor definitivo de lo que decimos es su comunicabilidad. Reconozcamos, así, que la capacidad de comunicar del idiotismo citado fue, respecto de mi interlocutora, más eficaz que la de la fórmula castiza. Pero ¿cómo, por qué, de dónde surgen estas formas de expresión?
Humberto Toscano, genial gramático y académico, atribuye origen quichua a esta perífrasis, sin intentar explicación del proceso psicológico que la generó. Charles E. Kany, en su clásico sobre el español de América, dice: “Es posible que un jefe diga a la secretaria: ‘Deme escribiendo esta carta’, en lugar del abrupto y menos fino: Escríbame esta carta”.
Mi experiencia de trato con indígenas en la niñez y hasta hoy, en el ámbito universitario, me obliga a completar lo dicho por el lingüista americano: la finura del uso del español de América surge de la innegable delicadeza del alma indígena presente en nuestro mundo mestizo.Mas ¿se halla esta sutileza en el imperativo suavizado que citamos? ¿Lo dictaron el miedo, la cortedad o cierta autoconciencia mestiza de ‘inferioridad’ social? Avanzo una hipótesis indemostrable y sugestiva, como toda conjetura: durante el lento proceso de mestizaje español-quichua, el hablante mestizo apenas tuvo ocasión de mandar. Cuando tenía que hacerlo, se sentía obligado a disimular la orden directa: de este modo, la perífrasis quichua se extendió, no solo al imperativo, sino a otras formas verbales relacionadas con él.
Si no cabe aquí discutir esta suposición, reconozcamos, sí, cómo un enunciado verbal no muestra solo un sentimiento ni una forma de pensar: revela ineludiblemente una manera de ser y, en este caso, de delicadeza feliz, que es como la marca irreprochable del español de América.