Siempre me impresionó la relativa facilidad con la que Correa impuso, no solo en sus huestes revolucionarias sino también sobre muchos otros ecuatorianos, su visión curuchupa de la familia, la sociedad y la historia. Sabemos que un curuchupa tiene mucho de conservador, machista y autoritario, de religioso y fisgón de internado. Por ello, Correa, modelo del curuchupa de izquierda, no tuvo problema en juntar en su discurso a un régimen tan conservador del poder y estalinista como el cubano con las ínfulas moralizadoras y represivas del socialcristiano Alexis Mera y de esa señora del Opus Dei que manejaba el Plan Familia y cuyo marido no fue ajeno a los negociados vidriosos de la refinería. ¡Todo bajo el mismo techo de Carondelet y con cámaras ocultas!
Pero habría sido imposible llevar adelante la restauración conservadora si un coctel parecido de sentimientos no hubiera anidado en el corazón de sus admiradores, que fueron muchos en los primeros años cuando las sabatinas eran el principal escenario donde el macho alfa se encargaba de exacerbar el lado atávico y resentido del alma nacional, para decirlo con un tono pasillero cuya melancolía llorosa apunta en la misma dirección.
Lo perverso de tal estrategia es que a nombre del futuro y de una revolución ciudadana, Correa, Glas, los Alvarado y las sumisas empujaron el país hacia el pasado patriarcal. Porque una sociedad de ciudadanos dignos y conscientes de sus derechos y obligaciones es lo opuesto del rebaño de ovejas que intentaron consolidar con su sistema de inteligencia, propaganda y persecución judicial a los críticos que alzaban la voz.
Una confidencia: había escrito hasta aquí cuando leí una entrevista a Juan Gabriel Vásquez, cuyas novelas indagan con maestría en la violenta historia de Colombia. A la pregunta sobre la violencia de género que afecta a toda la región, Vásquez, excolumnista de El Espectador, responde: “En nuestras sociedades conservadoras, ultrarreligiosas y ultramachistas, hay una ansiedad profunda respecto al tema”. Bien, pero al mismo tiempo que se reforzaban esas taras, el demencial despilfarro del correísmo impulsó el consumo de los últimos phones, las modas, el rock y la TV de las sociedades postmodernas. Incoherencia ideológica que no es nueva, pues ya a mediados del siglo pasado se hablaba de la cultura aluvial de América Latina, porque sobre la base tradicional de la sociedad nos fueron llegando como aluviones las varias capas de la modernidad. Luego, García Canclini las definiría mas bien como culturas híbridas, pero la rémora curuchupa siguió latiendo debajo.
Y si usted se cree libre de culpa pregúntese si está en contra del aborto, los gays y la marihuana. O si todavía cree en la vida eterna y piensa, como me decía la monjita de segundo grado, que ‘si Dios más te quiso, hombre te hizo’. Después hablamos.
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