Definitivamente los ecuatorianos, y en este caso los quiteños, somos noveleros y algo cursis. Nada que hacer.
¿Y porque hago esta afirmación tan temeraria? Un ejemplo patético y costoso. El Alcalde de Quito toma, la semana pasada, un avión, es de suponer en primera clase por su alta investidura, y viaja a Alemania con una delegación municipal.
Uno creería que el viaje obedece a una gestión relevante para nuestra ciudad que tantos problemas padece: conseguir cooperación, financiamiento, apoyos de esa poderosa potencia para proyectos urbanos, en fin.
Pues no, se va solamente a conocer y a despedirse de las famosas tuneladoras alemanas que penetrarán el subsuelo quiteño para construir el controvertido metro de la capital.
A conocerlas porque obviamente no las ha visto, aunque, francamente, no creo que interese que lo haga. No mejorarán su rendimiento si el “Burgomaestre” -qué palabra tan ridícula, pero hasta en eso somos noveleros y cursis- de la ciudad las observa ya ensambladas y pintadas con los colores de Quito. Y a despedirse pues ya no las verá hasta que terminen su trabajo bajo tierra. Vendrán en piezas y serán montadas en el subsuelo y luego desbaratadas ahí mismo y trasladadas quien sabe dónde.
El Alcalde y su delegación habrán gastado no solamente una elevada suma de recursos municipales en este desplazamiento de una semana a Europa según los medios, que de paso debemos recordar es dinero de todos los quiteños, sino su valioso tiempo que, estoy seguro, no le sobrará en su demandante función.
Probablemente se nos podría decir que el costo del desplazamiento fue enteramente cubierto por la empresa contratista. Ello sería inadmisible y aún más grave. Me resisto a pensar que el Alcalde haya aceptado un obsequio de esa naturaleza que rozaría con la ilegalidad.
Pero la cursi novelería no queda ahí. ¡Al Municipio capitalino no se le ocurrió otra cosa que llamar a un concurso público por las redes sociales para darle nombres a las tuneladoras! No me voy a referir a las tomaduras de pelo que este concurso produjo en las redes en las que se propusieron denominaciones burlonas, grotescas y hasta insultantes. Finalmente, como resultado de este singular proceso, las máquinas se llaman La Guaragua, Luz de América y Carolina.
Se nos dirá que es una tradición y que esto se hace en otras obras de este calado en otros países. De ser ese el caso, la novelería no es característica solamente ecuatoriana o quiteña sino internacional la cual no deberíamos seguir.
Estas novelerías le cuestan caro a la ciudad y a los contribuyentes y no le hacen bien a la gestión del Alcalde Rodas, le quitan seriedad precisamente cuando más la necesita.
fcarrion@elcomercio.org