El diario “El País” de España trae esta nota truculenta. El obispo Luiz Marquez, de 82 años, aparece desnudo, solo con los calcetines, tumbado sobre una cama presidida por un gran crucifijo. Un adolescente de 19 años practica sexo con él. Lo había venido haciendo por años, desde que el muchacho era un niño monaguillo. La escena fue filmada por otro antiguo monaguillo, con quien Marquez había mantenido relaciones sexuales desde que tenía 12 años.
El chico de las imágenes confesó: “Me abrazaba, me acariciaba, me besaba, me hacía juramentos de amor’ me decía cosas así incluso durante la misa. Me lo decía al oído y bajo la casulla me ponía las manos en los genitales.” Por su parte, el religioso ha declarado: “Eso es un asunto de confesionario. Solo le contaré mis pecados a mi confesor”. Marquez no permite mujeres con escotes en sus ceremonias. Es un cura intolerante y extremadamente conservador.
Las autoridades han intervenido y el Vaticano ha suspendido al religioso. Pero este no es un caso aislado, sino una situación que afecta a miles de personas en el mundo. En Norteamérica y Europa hay una avalancha de denuncias de actos de pedofilia de miembros del clero. Las diócesis han tenido que pagar millonarias cantidades con indemnizaciones.
Según el Papa, la Iglesia va a tomar en serio el escabroso tema y va a llevar adelante investigaciones. Pero la medida es tardía e insuficiente. Por años, la gran mayoría de los obispos y el Vaticano, a la cabeza de cuya congregación encargada de la disciplina eclesiástica, estaba justamente el Cardenal Ratzinguer, escamotearon el asunto y encubrieron las acciones que van a investigar.
Curas pedófilos reincidentes, cuya conducta era bien conocida por sus obispos y el Vaticano, en vez de ser denunciados a las autoridades, ya que habían cometido delitos graves, eran movidos de una parroquia a otra, cuando el escándalo había crecido. Aún más, en muchos casos se impidió que las víctimas y testigos hablaran, imponiéndoles las normas del Derecho Canónico que los obligaban a guardar silencio una vez que los casos estaban siendo conocidos por las autoridades eclesiásticas.
La jerarquía católica con el Papa a la cabeza ha dicho que sancionará a los pedófilos, pero al mismo tiempo han declarado que las denuncias son una campaña de desprestigio contra la Iglesia y que esos casos son apenas una excepción.
Es claro que la mayoría de los curas no son pedófilos y que el Vaticano no promueve la pedofilia. Pero una minoría de delincuentes ha sido permitida, hasta protegida por años. Haber mantenido una política de silencio y minimizado un problema real, que ha destrozado la vida a muchos inocentes, no se corrige con promesas, ni con indemnizaciones. Las acciones deben ser más abiertas y las políticas de encubrimiento desterradas para siempre.