Cierto que por una coincidencia de calendario, este domingo se recordó el Día de la Madre y, como ya se ha vuelto costumbre, se lo festejó entre regalos, agresiva publicidad y generosas promociones. Pero el propio jolgorio sirvió para destacar más el silencio absoluto de la efemérides del 13 de mayo, que marca el cumpleaños del Ecuador, arranque de su peripecia histórica.
Ya que fue el 13 de mayo de 1830, cuando el procurador síndico del Municipio de Quito – entonces sí era representativo de la ciudadanía-, Ramón Miño convocó a los moradores de la capital, les describió escuetamente el panorama del país soñado por Simón Bolívar, ahora en plena desintegración y les planteó que decidieran aquello que fuera más conveniente para los intereses del Distrito Meridional de la enorme nación ubicada hacia el noroeste de la masa continental.
No demoraron mucho las deliberaciones y al concluir se resolvió que el Distrito del Sur abandonara la llamada Gran Colombia, y que se encargara provisionalmente el mando a quien ya lo venía ejerciendo, el general venezolano, Juan José Flores, con la obligación estricta de reunir en plazo perentorio una Asamblea que expidiera la primera Constitución del nuevo Estado y otras leyes fundamentales. Y con gesto noble y agradecido, se acordó dirigir al Libertador -todo lo contrario de lo que había hecho Venezuela- manifestándole el reconocimiento del Distrito por servicios a la emancipación, e invitándole para que aquí se radicara si lo tenía por bien.
Comunicados los consensos en la parte que le correspondían a Flores, este los aceptó, y nombró al doctor Esteban Febres Cordero como ministro universal, dando enseguida inicio a las tareas oficiales propiamente dichas. Expresado de otra manera, este domingo el Ecuador cumplió ciento ochenta y dos años de evolución colectiva… y el lapso invita ciertamente, a la reflexión; al ensayo de balances aunque sean muy resumidos y también a la consideración del inmediato futuro que espera a la peripecia nacional.
Preguntas como la medida con la que se hayan satisfecho las necesidades más acuciantes de la población ecuatoriana; o la solidez o relajación de los vínculos de la actuante solidaridad general; la obediencia o la violación sistemática de las normas legales; la posibilidad mayoritaria de que se alcancen de modo tangible la dignidad de la persona y las aspiraciones del progreso material; el logro o el abandono del bien común temporal -prescindo de aquello del ‘buen vivir’ que parece solo texto folclórico extraído de autores foráneos- resultan entonces interrogantes decisivas para los ecuatorianos.
El desafío del cumpleaños es grave, exigente y no admite soluciones parciales ni medias tintas. Sobre todo, no es buena oportunidad para alardes publicitarios ni ambicioncillas desmesuradas, sino dilema crucial destinado a responderse en la íntima conciencia de cada s habitante del país.