El título es traído de una novela inglesa publicada en 1847 y llevada al cine en la década del 30 del siguiente siglo. Como sistematizan los críticos es “una historia de amor y de venganza, de odio y locura, de vida y de muerte”. Con este antecedente se trata de adaptar la trama de este clásico de la literatura a la Cumbre de las Américas, que se realizará en Panamá, el 14 y 15 de abril del presente año.
Inicialmente, y guardando las proporciones de los escenarios, se pensó que la cita se inscribiría con un registro histórico de grandes connotaciones. Era la oportunidad para que sea presentada a la sociedad continental la reconciliación entre EE.UU. y Cuba. Incluso, se anunció la posible presencia de Barack Obama y Raúl Castro.
Obviamente, tal reencuentro fue considerado como un golpe casi mortal para los alicaídos miembros del populismo del siglo XXI, pues perdían la referencia mítica de la revolución cubana y por consiguiente su ubicación mundial; además, un apoyo logístico en inteligencia estratégica y asistencia académica que son los bienes que aporta el añejo castrismo . Había, por lo tanto, que buscar la cuña de la contraofensiva y el caso venezolano se ocupó de convertirse en ese alfil relativo de la coyuntura.
Los acontecimientos se dieron uno tras otro sin parar. La prisión del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, tuvo un eco continental y mundial; mientras el descalabro económico, particularmente el cambiario, seguía cuesta abajo, surgió la decisión de Estados Unidos de considerar al régimen venezolano como una amenaza a su seguridad nacional. La reacción no se hizo esperar y tanto Unasur y su sucursal menor, la Alba, hicieron un solo cuerpo con la soberanía de Venezuela y restaron importancia a la situación de los derechos humanos y el desbarajuste institucional que sufre ese país.
Salvo que las predicciones se equivoquen, la cumbre panameña se convertirá en un escenario de disputas verbales que no solucionarán la crisis venezolana y afectaran el curso de las relaciones entre EE.UU. y Cuba. Sin embargo, la presencia de otros actores como México y Costa Rica, a los que pueden sumarse Chile, Colombia y Perú, puede conducir a una salida que recordaría el exitoso esfuerzo del Grupo Contadora de 1983 para desbrozar el camino para la paz en Centroamérica.
Por este motivo la propuesta del Gobierno de Venezuela para que el Ecuador lidere el diálogo entre ese país y los EE.UU. para superar la crisis es insólita por la identificación del Gobierno ecuatoriano con el régimen del presidente Maduro. El caso de Venezuela exige seriedad diplomática – cautela, prudencia y tino – para su procesamiento, salvo que el propósito sea el de empujar a esa sociedad a un sistema como el de Cuba en 1959, en plena Guerra Fría.
El revolucionario es nostálgico por naturaleza, pero las leyes de la historia lo obligan al pragmatismo que no debe ser confundido con el cinismo.