Nuestro país a lo largo de 100 años no ha logrado exhibir un Premio Nobel de literatura, mientras en Colombia, Gabriel García Márquez; en Perú, Mario Vargas Llosa; en Chile, Gabriela Mistral y Pablo Neruda; y en Guatemala, Miguel Ángel Asturias, fueron reconocidos con esa presea mundial, y en Argentina fueron cumbres Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Aquí hay una veintena de escritores de relieve como Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Zaldumbide, Pablo Palacio, Jorge Icaza y otros hasta los años sesenta del siglo anterior. En la década del ochenta, concluida la dictadura de Franco en España, editoras como Planeta o Alfaguara, y el Premio Cervantes, o el Juan Rulfo de México han premiado a chilenos, argentinos, colombianos y peruanos. Hemos sido excluidos, y algunas voces críticas difunden como razones los bajos índices de lectura, el reducido mercado y el poco apoyo interno para concursos limpios con incentivos económicos, además, altos precios de libros importados. ¿Serán estas las causas para que en tres décadas ningún ecuatoriano los haya obtenido y su producción se quedó casa adentro con ventas locales exiguas?
En cambio, desde los últimos tres años hay una ofensiva desde el poder absoluto para difundir libros del pensamiento político fracasado en Cuba y del novísimo bolivarianismo, o de un socialismo imaginario del siglo XXI. Proyectan hacer una colección, y en paralelo otra de textos para las escuelas de formación ciudadana donde están los discursos del correísmo. Pero la mayor difusión se hace en la revista Nuestro Patrimonio con un tiraje de 60 000 ejemplares semanales distribuida con EL COMERCIO los días sábados y de otra mensual del Municipio de Quito con 20 000 de distribución gratuita. Las dos son ediciones a color y de lujo y su contenido brota desde intelectuales entregados a la revolución ciudadana. Faltaba tomarse la Casa de la Cultura, hecho consumado estos días en presencia de las ministras de Cultura y Patrimonio y el fondo musical de Pueblo Nuevo que oxigena al mensaje revolucionario. Esta tendencia cada vez se consolida para direccionar la cultura nacional y podría castrar la creación literaria y tornarse más difícil la formación de escritores de calidad para recibir premios internacionales. La libertad de pensamiento, de opinión, la persecución a periodistas, los juicios penales a opositores trascienden afuera, y el nobel Vargas Llosa denuncia al mundo estos atropellos inauditos.
Eso sí, cada vez hay más ‘intelectuales’ que siguen el pensamiento oficial y usufructúan de elevados sueldos en medios audiovisuales y en periódicos oficiales para la difusión de la nueva política que no tiene acogida, porque grandes sectores de la población han despertado del ensueño.