Siguiendo cada noche la serie policial ‘La década robada’, con la emoción de ver qué nuevo ladrón revolucionario será desenmascarado, no nos preocupamos del manejo oficial de la cultura porque en esas aguas no nadaban los grandes tiburones. Sin embargo, alguien ha subido al Facebook una foto de hace tres años que refleja muy bien cómo la política verde-flex se mezclaba con la cultura.
Ahí, el entonces presidente de la Casa de la Cultura (y actual ministro) Raúl Pérez presenta el libro escrito por el fiscal Galo Chiriboga y resalta “la figura del jurista dedicado a perseguir la utopía del país del buen vivir”. Con tan románticos términos se refiere al mismo fiscal que no investigó a un solo jerarca implicado en la corrupción y a quien Capaya, según propia confesión, habría entregado maletines de dinero.
A su turno, el fiscal aclaró que el título ‘Al toro negro por los cuernos’ fue idea de Pérez y explicó que el toro es una analogía del petróleo que puede matar a un país como mata a un torero. ¿Quizás tenía en mente la repotenciación de la refinería como una cornada letal contra la economía nacional? ¿O sabría ya que Petrochina andaba embistiendo a ángeles de la revolución como Jorge Glas? Porque no es casual que el prólogo de tan edificante libro venga firmado por el mismo Glas, aunque los que asoman en la foto junto a Chiriboga sean nada menos que Capaya y otro intelectual de izquierda que fue ministro de Bucaram.
Al principio del gobierno verde-flex hubo un apoyo importante del Ministerio de Cultura a numerosos proyecto culturales, pero los ministros fueron cambiando sin ton ni son y quedó claro que para Correa y sus publicistas la cultura era la última rueda del coche, salvo que consideremos como tal a sus cantos destemplados con Ricardo Patiño, otro revolucionario tan culto y refinado que ahora solo vuela en primera clase. Por ello, al frente del Ministerio de Cultura se fueron ubicando personajes que sobraban en otro lado pero eran fieles a los gustos del caudillo.
Así, en la gestión de Erika Silva, cuando Correa metía las manos en el fuego por su primo, la ministra cedió a Pedro Delgado el privilegio de inaugurar la Feria del Libro con su flamante obra, poco antes de que huyera a Miami. Y la última Feria, abierta por el ministro Vallejo y la inefable Gabriela, tuvo a Cuba como invitada de honor, sin escritores disidentes claro, pero con una muestra de fotos de Fidel Castro, un dictador y una literatura que fueron novedosos hace medio siglo.
Por eso, ahora que Lenín declara que “los jóvenes deben tomar la posta, ya ven lo que hemos hecho los viejos, nos hemos corrompido o nos hemos descuidado”, una nueva generación no contaminada por el correísmo ni por ideologías fracasadas debe asumir el mando de la cultura con un enfoque contemporáneo, libre y abierto al mundo.