Aquella memorable iniciativa de Eugenio Espejo de publicar el 5 de enero de 1792 “Primicias de la cultura de Quito”, fue replicada 38 años después en Cuenca, cuando fray Vicente Solano puso a circular “El Eco del Asuay”, (sic) el primer periódico que salió a luz en el amanecer de nuestra vida republicana. Era el domingo 13 de enero de 1828, días en los que bullían las ambiciones y tambaleaba la Gran Colombia. En su primera página ostentaba como epígrafe una frase de Rousseau: “No basta decir a los ciudadanos: sed buenos, es necesario enseñarles a serlo”. Era evidente que en la naciente república corrían nuevos aires: los ideales de la Ilustración habían permeado en la mentalidad de los nuevos líderes de la sociedad.
Uno de sus artículos se titulaba “¿Cuál es el gobierno más análogo a la América?” en el que Solano proponía la creación de una monarquía como sistema de gobierno para la “nación andesiana” que surgía luego de la Independencia. Solano imaginó los principios que regirían lo que él llamó “Imperio de la América Meridional” con su capital en Lima y un Emperador al mando del Estado. En esos años en los que todo estaba por fundarse y definirse nada de extraño tenía la propuesta del franciscano. No faltaban quienes soñaban en nuevos imperios regidos por dinastías criollas. Tan descabellado proyecto suponía un anacrónico retorno al pasado.
Por esos mismos días en la imprenta que poco antes había llegado a Cuenca, Solano publicó su tesis de estudiante de Teología, trabajo primerizo y asaz polémico titulado “La predestinación y reprobación de los hombres según el sentido genuino de las Escrituras y la razón”. El escrito alborotó el cotarro eclesiástico de la pequeña urbe. Canónigos, misacantanos y más rábulas de la curia se lanzaron contra el presunto hereje. Los detractores del franciscano llevaron el caso a Roma: el libro fue condenado y pasó a la lista de obras prohibidas.
Solano no se amilanó por ello. Malandrines y follones siempre los tuvo al frente. Él se consideraba un pugilista de las ideas, un polemista, un quijote y “desfacedor” de entuertos, contradictor y censor de su tiempo; pues era eso lo que le había llevado al periodismo en una época en la que todo se inventaba y discutía y en la que abundaban los atrevimientos y escaseaban las certezas. Los cuencanos sabían que Solano era un fraile con arrestos, conocían de su terquedad y de su conocimiento, pues era hombre que mucho había leído y disputado. En las páginas de los periódicos que fundó a lo largo de su vida siempre mostró su indomable alma de combatiente. Así nació la literatura en Cuenca, bajo el signo de la polémica y la herejía. Han transcurrido dos siglos y el periodismo azuayo ha mantenido el aliento combativo de su fundador. La semilla que Solano echó al viento cayó en tierra fértil.
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