Una de las características más sobresalientes del Carnaval en Azuay son los jueves de compadres y de comadres, que se celebran 15 y 7 días antes de los días del Carnaval, respectivamente.
Poco conocidos y difundidos, estos jueves son quizás el corazón social de estas fechas y los que le dan un sentido profundo al tema de la reciprocidad andina. En el campo, los compadres acudían al mercado urbano para comprar artículos de labranza e instrumentos musicales; las mujeres, canastas o tortilleras en las que se inscribía el nombre de la comadre. En ambos casos, se renovaban la amistad y el compromiso. En las ciudades, la élite preparaba el “parque”, una cajita con cascarones de huevo llenos de agua florida de Murray, polvo de oro, pétalos de flores y otros.
Más generalizada era la costumbre de la “guagua” de azúcar que un compadre o comadre entregaba a un amigo o amiga a la que se deseaba otorgar este título como símbolo de cercanía. La “guagua” en bandeja era llevada por la empleada “regalada”, una figura de triste recordación que puebla muchas novelas hasta mediados del siglo XX. El compadrazgo era sagrado. Entre compadres no podía existir una relación amorosa. Para ello, el saber popular inventó la figura del “gagón”, que también se ha ido perdiendo. Los gagones eran los amantes compadres que tras su fechoría salían de la habitación en forma de perros pequeños, cuyas patas traseras estaban deformadas y, por lo tanto, se arrastraban. Los pobladores solían perseguirlos para apalearles; al día siguiente el amante en cuestión aparecía con el ojo morado y esto permitía reconocer al malhechor. Otra interesante forma de control social.
Personajes dedicados a la revitalización de la memoria popular, como la finada Eulalia Vintimilla o en la actualidad Gladys Eljuri, quien dirigiera por años la Fundación Municipal de Turismo, han intentado recuperar la tradición. El pasado jueves, la Municipalidad celebró el Día de Compadres; la fiesta en el parque Calderón de Cuenca fue muy sonada. Sin embargo, el oficialismo lo celebró con comparsas, baile y música folclórica; el público jugó al carnaval con espuma y maicena. Los compadres oficiales fueron dos figuras: del deporte y de la farándula/turismo.
Decenas de extranjeros participaron maravillados del juego. Mas el Día de Compadres en sí quedó relegado a un segundo plano. Y es esto precisamente lo que no debemos olvidar y lo que las administraciones deben poner de relieve -a nivel comunitario- en un mundo contemporáneo en donde estas “reservas” de humanidad y de humanismo se vuelven cada vez más escasas y dan paso al negocio exacerbado.
En privado, unos pocos aún entregan la guagua, aún cocinan los siete dulces de rigor, el motepata, el baldazo de agua y el baile familiar…