Es necesario no olvidar. El país ha soportado durante cuatro años, con el aplauso utilitario de los esbirros, la complacencia ilusa y ciega de amplios sectores ciudadanos y la indiferencia o el miedo de otros, un proceso avasallador que pretende consolidar a largo plazo un proyecto político autoritario, concentrador del poder, retardatario y excluyente, disimulado bajo un lenguaje demagógico, falsamente democrático y popular.
La democracia, que debe ser construida diariamente con el esfuerzo de todos, con respeto y solidaridad, ha sido reducida a un simple electoralismo. La supuesta participación ciudadana, ni consciente ni crítica, sí manipulada y dirigida, ha degenerado en farsa y cínico engaño.
El silencio, ominoso y cómplice, ha sido la respuesta que los ecuatorianos, con las excepciones que enaltecen, hemos dado a los atropellos. Silencio ante las violaciones constitucionales y legales. Silencio ante el control y sometimiento de las instituciones. Silencio ante la paulatina creación de un sistema jurídico tramposo y represivo. Silencio ante los insultos y sarcasmos de las chacotas sabatinas. Silencio ante el crecimiento de la delincuencia. Silencio ante el desmesurado e irresponsable gasto público, la falta de inversión y el ínfimo crecimiento económico. Silencio ante el aumento del desempleo y de la pobreza. Silencio ante la corrupción, la ausencia de fiscalización y la impunidad.
Silencio ante la inexistencia de un auténtico Estado de Derecho. Silencio ante la utilización del sistema jurídico como camuflaje para la perpetración del ultraje y la represión. Silencio ante la falta de transparencia en la contratación pública. Silencio ante la agresiva y agobiante propaganda, proclive a la distorsión y la mentira, que busca adocenar las conciencias. Silencio ante los intentos de limitar la libertad de expresión, de ahogar las voces críticas e imponer las proclamas de la dictadura como una verdad inconcusa, irrefutable y, peor aún, incontrastable. Sí, lector. Silencio de un país que hoy acepta, pasivo y resignado, los mismos abusos que ayer condenaba con indignación y rebeldía.
No es hora de festejar. Es hora de asumir otra actitud. Es hora de comprender que el anhelo de cambiar y mejorar no puede ser reducido a la repetición de los viejos vicios y a un peligroso revanchismo, la confrontación y la descalificación ajena. Es hora de comprender que el aumento del poder del Estado será siempre en perjuicio de las libertades individuales. Esa limitación de las libertades nos afecta a todos: es hora entonces de protestar y de actuar. El hombre se dignifica en la lucha. No en la sumisión. “El hombre se realiza, afirma y engrandece -escribió el cubano Reinaldo Arenas-, en la medida en que cuestiona y niega; se disminuye, en la medida en que acepta y aplaude”.