Para variar -cuando se aproxima el 2 de noviembre- nada de política ni afines. Vamos hoy por el lado humano, bajo la inspiración de un artículo de Rodrigo Fierro, quien rememora a un personaje singular de la medicina, el doctor Augusto Bonilla Barco, fallecido hace pocos días, de 93 años. Durante 65 se dedicó a la ortopedia y a la traumatología con tanto entusiasmo y calidad que se ganó las mejores preseas institucionales y el reconocimiento de sus pacientes. ¿Cuántos? Algo insólito y famoso: realizó unas 31 mil intervenciones quirúrgicas. Tras siete años en Buenos Aires, en el Ecuador -años cuarenta- modernizó la cirugía. Luego, apoyado por Air France -que le llevó como invitado por todos los confines- nunca dejó de aprender, enseñar y operar. Anduvo por el IESS, el Hospital Militar y varias clínicas y hospitales hasta que un día de octubre -hace muy poco- se dejó morir en paz, según versión de Rodrigo Villacís. Su segunda esposa y ahora viuda es Cumandá Yerovi.
Un personaje muy diferente -también fallecido últimamente, a los 92- fue Ramiro Borja y Borja. Pequeño, tímido, hasta cierto punto huraño, enfrentó a la pobreza en sus primeros años, pero fue un estudiante imbatible, convirtiéndose luego en un profesional dechado de ilustración, tanto que llenó 28 tomos con serios apuntes que resumieron sus inquietas lecturas . A los 23 años fue concejal de Quito, en 1942. Nieto de Luis Felipe Borja, heredó su afición por las leyes y los códigos. “El mayor constitucionalista del país, el más profundo jurista”, le define el biógrafo Rodolfo Pérez Pimentel. Fue un rebelde a su manera: el único Borja conservador. Augusta Gallegos, su esposa y madre de ocho hijos, le recuerda sin tregua.
Un ciudadano impecable, de un corazón cordial y cristiano fue Ernesto Ribadeneira García, la tercera cruz de esta nota. Abogado y mandamás, durante 25 años fue gerente de la fábrica La Internacional. Hizo socios a los trabajadores y en cada año viejo – a la hora cero- llevó a sus hijos para que saluden y atiendan al personal de turno, a más de que impulsó un barrio obrero en el sur de la ciudad. Fue subsecretario del Tesoro en 1956. También presidente ocasional y varias veces alcalde encargado del municipio quiteño, a sus 32 años. Además, presidente del directorio de las empresas El Comercio, Hoy y otras, defensor impulsivo de la libre expresión. Su esposa Lucy Troya y sus seis hijos le añoran. Se fue a los 86 años.
Germán Dávila Leoro, un ingeniero dinámico, amigo del deporte y de LDU, fue el gran forjador del profesionalismo en el fútbol quiteño. Durante 20 años se entregó a la causa de AFNA, junto con el doctor Pablo Guerrero y otros entusiastas. Trabajó con energía y sin concesiones en pos de sus objetivos, en un deporte que dejó atrás el amauterismo marrón y se convirtió en un suceso y en una profesión. Hace diez años murió su adorada esposa Juanita Baca. Él hace pocos días, a los 88.