Cristina Fernández, fresca de su reelección, impone restricciones al dólar. El que quiere comprar dólares lo puede hacer. Pero el banco se lo comunica a la AFIP, el SRI argentino. El que compra tiene que justificar ingresos ante la autoridad tributaria, quien lo audita, y puede negar la venta de divisas.
El que quiere dólares para viajar, pero lo va a hacer en carro, a Montevideo, por ejemplo, mejor compra dólares en la calle.
Con la medida se quiere terminar con el mercado paralelo, explicó el ministro de Economía y vicepresidente electo Amado Boudou. Simultáneamente, informa La Nación, se intensificó el control sobre los cambistas callejeros.
En reacción, el mercado cambiario gris se tornó negro. Al segundo día del nuevo sistema, el dólar, que se había transado a 4,26 pesos en el último mes, subió a 4,70.
El vicepresidente del BCRA, banco central argentino, declaró que “mientras que los agoreros de la recesión y de la caída del ingreso y del ajuste la han venido errando sistemáticamente, porque el país sigue creciendo, los ingresos de la gente siguen creciendo y hay menos pobreza”. Todos nos sabemos la letra de ese tango.
Lo que Cristina hizo lo envidia Rafael, quien no puede hacer lo mismo puesto que en Ecuador los dólares están en las cuentas y bolsillos de la gente, no en el Banco Central, porque estamos dolarizados.
Como Rafael a diferencia de su amiga Cristina no puede rehusar o dificultar el acceso al dólar, recurre a encarecer su utilización en pagos al exterior.
Al inicio de su Gobierno gravó con 0,5 por ciento los pagos al exterior, como mecanismo de control de cuánto se paga afuera y por qué, según se dijo entonces.
Este impuesto ha pasado por dos alzas y hoy se propone llevarlo a 10 veces su valor inicial. Ya no es sólo para control. Equivale a un arancel adicional a las importaciones de bienes terminados. Se convierte en un impuesto a los valores de las exportaciones que no se repatrían. Y por último, en abundante fuente de recursos que permiten financiar el desequilibrio entre ingresos y gastos corrientes.
Pero si bien Rafael le envidia a Cristina la posibilidad de restringir el acceso al dólar, a Cristina le gustaría grabar la compra de divisas. Ambas medidas apuntan a lo mismo, intentar que no salgan divisas, y tienen el mismo efecto no deseado: desalientan el ingreso de capitales.
El Presidente ecuatoriano busca moderar este efecto negativo liberando del gravamen a la remisión de utilidades y repatriación de capitales, algo bien visto por las multinacionales con importantes inversiones en el país. Pero tornará excesivamente oneroso para las empresas endeudarse en el exterior. Habrá que ver si el efecto neto será una más robusta balanza de pagos, o si la reducción del ingreso de capitales la debilita.