La protesta española tiene la fuerza de la convicción y la razón de los principios, no admite realismo político alguno y condena el cinismo de los que hacen suyo al poder político y borran las razones contrarias. Acorrala al poder para exigirle definiciones de razones antes que justificaciones de su acción. Y no es porque el PSOE nada haya hecho.
Como en mayo 68, el peso de la contestación viene de la causa moral contra el poder. Aquel poder que perdió sentido, porque agotó sus razones. Convertido en ritual de la eficacia, ya no da sentido a la vida ni configura algo de esperanza.
El poder se agota cuando se ejerce con la convicción de que no hay otras razones que las propias, tal el caso de los que hacen de la gestión financiera dogma de economía, o reducen a la política a técnicas de simple comunicación o manipulación, convencidos que la cancha de acción es su razón. Lo que la contestación dice ahora es que esas razones y esa cancha hicieron camino, perdieron significado.
Precisamente, ya no aparecen los contrastes entre izquierda y derecha, sus diferencias parecen mínimas; realizan una gestión próxima y, desposeídos de proyectos, compiten más en la seducción mediática, la que reduce el sentido de la vida al momento o convierte a la idea de futuro en programa sin sorpresas. Muerte anunciada o futuro sin novedad no encantan sino a pocos. Falla el sentido de proyecto, de historia o de economía o de alternativa, pesa entonces la simple contestación moral al poder, aquella que rehúsa una democracia reducida a escoger gobernantes.
El desempleo es el contexto que desencadena esta protesta pero va más allá del momento. Muestra que la política vaciada de futuro, de proyecto, agota a la política en sí misma. La crisis de la política se intensifica, como aconteció antes de las grandes conflagraciones, cuando se respiraba desconfianza ante poderes que no sabían hacer otra cosa que vivir las circunstancias.
Ahora, como los jóvenes árabes que ganaron convicción y tenacidad que les faltó por décadas; como los quiteños que invocaron dignidad y ética ante la corrupción y la colusión de intereses entre política y riqueza; los españoles y otros europeos revelan que la política se agota como medio de organizar la vida colectiva. Similar a lo que los quebequenses, para sancionar a los partidos conocidos, acaban de votar por un partido que desconocían, inclusive con candidatos que no hacían campaña.
El poder requiere innovarse y frenar su degradación. ¿Estamos ante una fase de cambios de historia en que la política pierde espacio? ¿La sociedad busca nuevos modos de construir esperanza y solución a sus problemas?
Dar significado a la protesta es urgente, antes que un simple cambio de gobierno maquille al poder y la evapore, pues esa protesta no encarna aún una alternativa, es sobre todo rechazo e indignación: “no estamos contra el sistema, el sistema está contra nosotros”.