El optimismo exagerado de un gobierno que ha perdido credibilidad empieza a preocupar a la clase media. La economía se va convirtiendo en la principal inquietud y la gente quiere saber más sobre las realidades y las posibilidades de las finanzas públicas. Hace pocos días, el auditorio de las cámaras de la Producción quedó pequeño para la masiva concurrencia que quería escuchar y preguntar a dos economistas reconocidos, Mauricio Pozo y Fausto Ortiz.
El Gobierno repite sin descanso presentaciones optimistas de las cifras y pronósticos tranquilizadores de la economía. Asegura, sin ser del todo convincente, que ya superamos lo peor, que si pasamos 2015 sin un centavo de ingreso petrolero, podemos lograr cualquier cosa. Al mismo tiempo, nos asusta con el consejo de las deudas son solución para seguir subsistiendo; en otras palabras, hacer lo mismo que ha hecho el Estado: empujar el problema hacia adelante, contratando deuda externa en condiciones muy duras.
Los economistas no están de acuerdo con las cifras, peor con los pronósticos o los consejos. Eduardo Valencia mostró con cuadros que las cifras oficiales no son confiables, que se considera, por ejemplo, el pago de salarios como gasto de inversión para minimizar el gasto corriente. La respuesta oficial fue repetir el reprobado ardid de tratar de difamar a la persona para no responder al argumento y terminar diciendo que es una pena que no utilice las cifras oficiales que sí cuadran.
El autor de la propuesta de timbre cambiario nos asusta con la idea de que se proponen adoptar parcialmente su receta, que consta de 21 puntos y que plantea claramente cambiar el modelo económico de la revolución ciudadana que ha fracasado estruendosamente. Sostiene que el timbre cambiario, con cualquier nombre que venga, solo traerá más distorsiones si se aplica con el mismo modelo.
Como van las cosas, la crisis económica puede convertirse en el gran elector de las próximas elecciones. Ya hemos visto en el pasado que los ciudadanos, más que elegir a alguien utilizan el voto para castigar a quien ha traicionado. En las elecciones seccionales quedó claro que los ciudadanos eligieron a Mauricio Rodas, no tanto para derrotar a Augusto Barrera cuanto para castigar a Rafael Correa. Queda un año entero para que aparezca el candidato de unidad que resuelva el problema o para que aparezca el instrumento de castigo al Gobierno que ha desperdiciado los recursos y ha terminado esquilmando a los contribuyentes.
En varios países de la región ha pasado lo mismo, los gobiernos populistas construyeron un enorme aparato estatal para gastar los recursos que eran abundantes y ahora les resulta imposible mantenerlo porque, agotados los ingresos extraordinarios, solo cuentan con los impuestos.
La crisis ya tumbó una candidatura, hasta el fin de este año se habrán desvanecido todas las ilusiones.