En abril de 2010, apenas unos meses después de que Fánder Falconí dejó la Cancillería, pregunté atónita a un ministro de Estado de Rafael Correa cómo es posible que nombre a Ricardo Patiño como Canciller de la República. Mi lógica era minimalista: no sabía nada del tema, no había tenido ninguna experiencia en política exterior y no sabía otro idioma, fuera del español. La respuesta que recibí fue toda una revelación: creían que Patiño haría muy buena labor porque era un excelente negociador, que –por citar sólo ejemplo- cuando “negociaban” los nombres para el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), mientras algunos correístas pacatos aspiraban a tener la mitad de miembros afines, Patiño fue más allá y negoció que “todos los miembros sean afines”. Sobra decir cuáles fueron las consecuencias de sus destrezas negociadoras.
Información útil para entender la comedia de errores y horrores de esta semana. La pregunta 3, más bien debía preguntar ¿Está usted de acuerdo en eliminar el CPCCS y delegar todas sus atribuciones a la Asamblea? Y así cortar de un tajo este órgano corporativista que siempre podrá ser co-optado por intereses poco transparentes. Por eso todo suena a un simple cambio de mando y no de rumbo.
El segundo horror, el desastroso manejo internacional del gobierno. Esta es la tercera vez en apenas dos meses que un escándalo de proporciones termina en crisis interna y bochorno internacional al tiempo. Ocurrió ya un incidente con la OEA apenas en noviembre. Sabían que Rafael Correa, Patiño estaban movilizando contactos internacionales. La CIDH había solicitado oficialmente información sobre la pregunta 3 y ¿debemos suponer que nadie en Cancillería supo, reportó ni alertó lo que se venía, ni lanzar una contrarréplica? Si la diplomacia no es la capacidad de prevenir conflictos o acciones que afecten los intereses de los estados -ó al menos ser los ojos y oídos y voz del país en el exterior- no sé qué es. No le pasan cosas así a diplomacias serias y consistentes como Perú, Chile o Costa Rica…
Cuando un Presidente tiene que llamar al Secretario de la OEA sobre hechos consumados, la diplomacia ya perdió el caso. El que cuatro jueces sensatos pararan en el asunto en San José -y antes de que tenga la oportunidad de hacer algo la famosa comisión liderada por la Canciller- es prueba contundente de que todo pudo detenerse en Washington. No había razón para darse palmaditas en la espalda. Peor, usando los mismos argumentos del correísmo contra la CIDH.
Todos sabemos que Lenin no quiere o no puede prescindir de Espinosa. Le debe su nombramiento como Enviado Especial de la ONU para Discapacidades, su apoyo irrestricto. Pero con sus acciones y omisiones, la Canciller perdió credibilidad y consistencia para defender efectivamente al país en el exterior. Un estadista defiende instituciones, no personas.
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