Se puede decir que el crecimiento económico previsto para este año, que oscilará entre el 1 y 2% según proyecciones oficiales y de organismos nacionales e internacionales, es una buena noticia, pues evidencia el fin de una crisis que llegó a su punto más bajo el 2016, cuando la economía se contrajo 1,6%.
La buena noticia pierde brillo cuando aparecen las dudas sobre si Ecuador está saliendo realmente de la crisis, ya que el motor del crecimiento ha sido el endeudamiento público. A simple vista, ese crecimiento no tiene bases sólidas.
Y el año que viene se muestra como un ‘copy paste’ del 2017, en el sentido de que el Gobierno recurrirá nuevamente al endeudamiento para mantener, e incluso aumentar, su nivel de gasto público. Y el crecimiento económico proyectado para el 2018 se mantiene en niveles mínimos: 1%, según la Cepal, una suerte de estancamiento económico que podría continuar durante los cuatro años del actual Gobierno.
El origen de este problema está en el abultado déficit fiscal, que no es exclusivo de Ecuador sino de varios países de América Latina como Argentina o Brasil, los cuales necesitan realizar grandes emisiones de deuda para cubrir sus planes de inversión.
Y el 2018 se muestra favorable para seguir con un alto endeudamiento público, pese a que es una medida de corto plazo y que no resuelve problemas de fondo.
El próximo año se volverá a ver, por un lado, a un Gobierno con enormes necesidades de financiamiento y, por otro, a un mercado internacional con excedentes de liquidez, es decir, con inversionistas dispuestos a comprar bonos de deuda de países como Ecuador, tal como lo hicieron durante el presente año.
La debilidad de la economía ecuatoriana también está en el sector productivo, que ha perdido competitividad en los últimos años. Y si la apuesta del Gobierno es que el sector privado sea el motor de la economía, la falta de productividad puede hacer que el crecimiento se mantenga en niveles mediocres.