Un año atrás, en medio de la campaña electoral, el empleo ocupaba gran parte de la oferta de los candidatos a Presidente de la República. El actual mandatario repetía en su discurso que generaría 250 000 empleos al año y que se enfocaría en el empleo juvenil.
Fueron -como toda campaña- tiempos de promesas y la meta era, para el actual mandatario y para los demás candidatos, llegar a Carondelet. Hoy la situación es otra: el gobierno cumple su octavo mes y el tema del empleo parece estancado.
Las empresas, grandes, medianas y pequeñas esperaron hasta finales de diciembre pasado para decidir si mantenían o recortaban su nómina. Muy pocas hablaban de crear nuevos puestos de trabajo. No existía certidumbre y parece que todavía no la hay.
Las cifras oficiales hablan de una reducción del desempleo, pero no en todo el país. Las autoridades aseguran que hasta diciembre del año pasado, 373 871 ecuatorianos estaban en esa condición, es decir 36 570 menos que en el 2016.
Es una buena noticia, pero del otro lado está el empleo informal, ese en el que se encuentran profesionales, bachilleres, estudiantes universitarios, amas de casa, entre otros que buscan mejores ingresos.
El indicador del empleo informal señala que creció, menos de un punto, pero creció y se ubicó en 44,1% en el último mes del año pasado, según el INEC. A los datos anteriores hay que sumar el de empleo adecuado que también creció menos de un punto.
Para empresarios y dirigentes de los gremios productivos las cifras oficiales dejan ver que la generación de empleo se halla estancada. Y eso es un indicador de que la economía ecuatoriana también está paralizada o detenida, así estos términos no sean del agrado de las autoridades.
Ahora, más allá de las estadísticas y de las ofertas del pasado, el país entero espera decisiones acertadas y acciones específicas que permitan que el empleo, en especial el de calidad, se recupere.