No son tiempos fáciles para quienes defendemos la obra creadora de Dios y, todavía, nos atrevemos a mirar al mundo y al hombre con ojos de misericordia.
Y, aun corriendo el riesgo de que me llamen infantil o ingenuo, deseo, una vez más, romper una lanza a favor de este mundo nuestro amenazado por la codicia y el desamor. Se me ha venido a la mente la palabra del Apocalipsis 7,3: “No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles”.
Cualquiera hoy puede comprender lo incomprensible: esta capacidad que el hombre tiene, más fuerte que la de los ángeles, de devastar la tierra. Y esto es lo que estamos haciendo: devastar la creación, devastar la vida, devastar las culturas, devastar los valores, devastar la esperanza. ¿Seremos capaces de detener esta descabellada carrera de destrucción?
Mal que nos pese, vamos a la zaga de los intereses dominantes. Importa el poder, el dinero, el negocio,… y el “buen vivir” ya no se globaliza desde los sueños, sino desde la renta per cápita.
Por eso, el hombre se adueña de todo, se cree Dios, se cree el rey. Y, así, lo que no se acomoda (son palabras de Francisco) se descarta… Se descartan los niños, los ancianos, los jóvenes sin trabajo y sin estudios, los pueblos y las selvas que hace tiempo que dejaron de ser intocables e intocadas.
Así ocurre en el Ecuador y en todo el planeta desde que el “dios-hombre” se adueñó de la creación, de todo lo hermoso que Dios hizo por nosotros. ¿Quién paga la fiesta? Como siempre, los de siempre,… los pequeños del mundo, los que son excluidos y descartados, aquellos que no cuentan, los que quedan encerrados en las bolsas de pobreza, los de baja rentabilidad política, pero capaces de soñar aún y de inquietarnos.
En el Evangelio, un camino semejante se llama “bienaventuranza”. Sólo ese camino nos salvará de la destrucción, de la devastación de la tierra, de la creación, de la moral, de la familia, de la historia, de todo. Quizá nos traiga problemas y persecuciones, pero sólo ese camino nos llevará hacia adelante.
Frente al egoísmo de los devastadores hay que ser tercos e insistentes: en los foros sociales y académicos, en la promoción de una cultura ecológica, respetuosa de la vida, del hombre y de la tierra, en el ejercicio democrático de la disidencia,…
La última palabra siempre la tendrá la Razón, la Moral y la Fe. No se cansen, amigos. Miren a lo Alto. Algún día cantaremos cantos de victoria en el corazón de la selva, de los bosques, de los páramos,… en el corazón de la tierra.
¡Qué alegría saber que el papa Francisco prepara su primera encíclica sobre la ecología!
Quizá él, con corazón de niño y alma de profeta, sabe que si perdemos la tierra lo perdemos todo y que la gloria de Dios pasa por el aire fresco de la mañana.
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