En el marco de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del continente, reunida en Caracas, se aprobó el 3 de diciembre en curso la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), cuyo nacimiento se anunció en febrero de 2010 en México. Se adoptó la Declaración de Caracas, junto con el estatuto constitutivo y una serie de resoluciones conexas. Se trata de un nuevo esfuerzo regional tendiente a impulsar un amplio proceso de cooperación e integración regional, con principios y objetivos definidos. Como la integración no es un fin en sí misma sino que tiene un valor instrumental, se ha de entender en su sentido prístino, que alberga contenidos no solo de carácter comercial sino político, económico, social, cultural, etc. Uno de sus objetivos consiste precisamente en articular un mecanismo de vinculación entre los esquemas de integración que funcionan en la región, tales como la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), la Comunidad Andina de Naciones (CAN) o la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), de reciente creación. La fuente originaria de tales organizaciones, como se sabe, fue el Tratado de Roma de 1957, que instituyó la Unión Europea.
En Caracas no estuvieron representados Estados Unidos y Canadá, por la naturaleza de la naciente organización. La convocatoria a la reunión generó incluso la percepción de que habría el propósito de instituir una especie de OEA sin dichas potencias. Pero en el curso de las exposiciones primó el principio de la pluralidad ideológica, que norma las relaciones entre los estados miembros de la comunidad hemisférica, y los mandatarios defendieron sus respectivas posiciones de modo franco y directo, poniendo énfasis en la necesidad de fortalecer la unidad de nuestros países para construir un futuro compartido, sin injerencias foráneas. En definitiva, hablamos de un bloque latinoamericano y caribeño que asume la responsabilidad de encarar y resolver, por sus propios medios, los requerimientos y urgencias de los pueblos, para su desarrollo integral, en un escenario internacional afectado por una crisis globalizada, aguda y preocupante. La esencia del tema no está, por tanto, en la exclusión de dichos países del norte, cuanto en la capacidad de los miembros de la Celac para confrontar y solucionar sus cuestiones de mayor calado. Ello les permitirá llevar adelante una misión concertada, que conjugue los esfuerzos nacionales en una sola tarea común y que potencie el rango de sus relaciones con otras organizaciones y centros de poder. Hay que formular, en consecuencia, los mejores votos por el buen éxito de la Celac, que se traduce en el bienestar de los pueblos.
En la práctica coexisten la Celac y el sistema interamericano, cimentado en el ideario político del Libertador Bolívar.