En abril de 2012, Julian Assange entrevistó al presidente Correa para Russia Today, el canal de propaganda de Putin. Al terminar el diálogo, el entrevistado le dio una insólita bienvenida “al club de los perseguidos”. Dos meses más tarde, Assange ingresó a la embajada del Ecuador en Londres en busca de asilo político; en agosto, el canciller Patiño anunció que el Gobierno se lo había concedido.
Correa no era perseguido por nadie; al contrario, se había revelado como un perseguidor de dirigentes sociales, periodistas y medios de comunicación; de estudiantes, opositores políticos y hasta de ciudadanos de a pie. Cuando alguno de ellos lanzaba un grito adverso o dirigía una mala seña al paso del automóvil presidencial, el impulsivo mandatario ordenaba detenerse a su caravana de seguridad para perseguir en persona, amenazar e increpar al opositor.
El mundo da las vueltas: desde hace pocas semanas, el otrora entrevistado funge de entrevistador en Russia Today; y el fundador de WikiLeaks es ahora el asilado más incómodo. Ninguno de los subterfugios intentados, como el vergonzoso de concederle cédula de ciudadanía ecuatoriana, ha dado resultado para librarlo de los apremios de la justicia.
Una investigación del diario británico The Guardian con la colaboración Foucus Ecuador revela los millonarios gastos en espionaje y seguridad para proteger y apoyar a Assange. Con ese objetivo, durante más de cinco años, Ecuador gastó al menos USD 5 millones del presupuesto secreto de inteligencia, en tanto Assange recibía, entre otras, visitas como las de Nigel Farage, uno de los impulsores del Brexit; de separatistas vascos y de individuos vinculados al Kremelin, hackers y activistas.
Las revelaciones de The Guardian dejan muchas interrogantes: una de las más gruesas, en el plano mundial, es si la vigilancia al huésped de la Embajada en Londres recogió testimonios fehacientes de las injerencias rusas en las elecciones estadounidenses. Además, queda por responder, en el ámbito nacional, si solo el ansia de figuración internacional de Correa o la anacrónica militancia ideológica de Patiño determinaron la decisión de meter al país en la aventura de asilar a Assange con tantos costos políticos y económicos; o como planteó Pablo Cuvi en estas mismas páginas, si fue por convertirnos en aliados o en tontos útiles de Moscú.
Queda aún pendiente la rendición de cuentas de la desaparecida Senain: según The Guardian, en los dos primeros meses de permanencia de Assange en la Embajada, ese organismo gastó USD 22,5 millones en otras 38 operaciones con nombres en clave; también realizó jugosos pagos a compañías de vigilancia de Internet, como a Hacking Team, una empresa de ciberseguridad. Entre 2012 y 2017 manejó USD 284,7 millones. ¿A dónde fue ese voluminoso presupuesto?
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