El mundo parece derrotarse con la corrupción. Los ‘Papeles de Panamá’ así lo revelan. Correa aparece indemne hasta ahora, en el ámbito internacional, con los uruguayos, mientras todos los presidentes de izquierda están inmiscuidos en corrupción. Ello a pesar de que defendió a Pedro Delgado. A pesar también de la ‘judiciopolítica’, al perseguir a la prensa que mostraba hechos comprometedores, con una justicia nada independiente y, aún más, exigiendo exorbitantes pagos de dinero.
La corrupción se la relaciona a la construcción y concesiones mineras o de petróleo, pero no es el único ámbito. Además, lo angustiante para el ciudadano común es la práctica diaria de funcionarios del servicio al público o del policía que impone un vergonzante pago. La corrupción de los millones y la de los pocos dólares, que destruye el convivir, debe combatirse.
Ecuador desperdició un momento excepcional, cuando llegó Correa, ya que la sociedad estaba dispuesta a contribuir contra lo que destruía la ética pública.
Pudo más la pretensión de que la plata podía todo y que el paraíso ya llegaba. No hubo una visión de sociedad.
El discurso político no es prédica de sacerdote para creyentes obedientes. Tampoco fue en serio la lucha contra la corrupción, obscuros intereses entraron en juego. Los encargados del tema fueron constatando que no era prioridad gubernamental y que el Presidente tenía hipotéticamente otros menesteres, no el de ver el tráfico de favores gubernamentales y dineros. Ahora, la población ya vive la desconfianza, exige un cambio de página para no enterrarse en el pesimismo.
La lucha contra la corrupción es prioridad social nacional e internacional. Los ‘Papeles de Panamá’ evidencian lo antiético de crear empresas en paraísos fiscales, usando los claroscuros de las leyes, para esconder dineros mal habidos o evadir al Fisco.
Es indispensable un acuerdo internacional, cuanto más que hay grandes bancos intermediarios y algunos con protección estatal (por ejemplo, en Suiza o Londres).
La corrupción es un gran justificativo para la irresponsabilidad colectiva. El ciudadano común se ve con derecho a tampoco respetar las normas o se desanima de pagar impuestos si enriquece a pocos. La corrupción reproduce y agiganta la desigualdad social creando nuevos ricos o escondiendo riquezas sin contribuir a las responsabilidades del Estado, entre otras las sociales. Es también un incentivo para el desinterés por la política.
Toda la política parece “asquerosa”, volviendo a la sociedad más conservadora en las mentes y emociones, así abre el camino a derechas dogmáticas. Pues, es en dogmas y divinidades que la gente se refugia cuando las relaciones con la sociedad y el poder decepcionan o duelen.