La intolerancia que presidió el ambiente nacional durante la administración del presidente Correa es de los principales daños causados al Ecuador. Nada de lo pasado era bueno ni merecía reconocimiento.
Todo se había hecho mal o con mala fe. No habían obras públicas ni instituciones. Todo estaba por hacerse. El país no existía.
Con esa visión maniquea de las cosas, había que refundar el país. Solo lo que hacía el gobierno era bueno y toda opinión en contrario, descalificada. El gobierno blanco y todo lo demás negro. Los que están conmigo, patriotas y los que están en contra, traidores. Los medios de comunicación que criticaban o no destacaban las acciones gubernamentales eran la prensa corrupta que respondía a intereses económicos de sus propietarios. La verdad oficial era indiscutible y, bien publicitada, convenció a la mayoría de ciudadanos.
El daño irrogado al país con ese enfoque maniqueo es inmenso. El control de todos los órganos del Estado impidió la fiscalización y la corrupción e inconveniencia de buena parte de las obras emprendidas está a la vista. Indigna constatar, casi a diario, las revelaciones que develan la descomposición a que condujo la concentración de poder.
Lo más grave es que esa intolerancia perniciosa y descalificadora ha contagiado a niveles inimaginables a la sociedad. Con igual maniqueismo se descalifica ahora a todo lo que haya tenido que ver con ese último gobierno.
Todos son corruptos, faltos de ética, inconsecuentes. Ninguno que haya tenido alguna participación tiene derecho a caminar por la calle.
Como si todos fueran apestados, incorrectos y ladrones, que algunos si lo son.
“El intolerante es, por lo general, un fanático que está convencido de que él es el portador de la verdad y que ésta es una sola”, escribe Juan Valdano en Brújula del tiempo.
El empeño de ubicar al actual gobernante como continuación del anterior –como si su posible fracaso no afectara a todos-, iguala las acciones irresponsables que al meter a todos los políticos en el mismo saco, coadyuvaron al desprestigio de la política, a que se pida que se vayan todos –como ya vuelve a suceder- y abren el campo a los demagogos y populistas que gobiernan sin dios ni ley.
No todas las cosas del pasado, ni el inmediato ni el remoto, son malas ni tampoco perfectas. Las cosas en la vida no son solo negras o blancas. Y los que transitan en la vida, sea pública o privada, ni son todos eficientes y honestos, ni todos ineficientes y corruptos. En lo público y en lo privado hay buenos y malos comportamientos. La intolerancia convierte al Ecuador en país de descalificados, que ahora son más, muchísimos más que antes. Se han multiplicado los Correa intolerantes. Y así se cierra el círculo vicioso, que, al contrario de propiciar un necesario ambiente de unidad y paz, forja nuevos y eternos odios y enfrentamientos.