Correa y la oposición

El 2011 se cierra y se abre para el 2012 un año electoral en el cual tanto el Gobierno como la oposición definirán estrategias y posturas políticas para lograr alcanzar el poder político o mantenerse y reproducirse en él. Para Correa y su movimiento Alianza País, la estrategia de construir un discurso político basado en antagonismos y polarizaciones se ha demostrado eficaz; ha logrado configurar un campo de adhesiones lo suficientemente mayoritario como para recluir a la oposición y arrinconarla. La ha fragmentado y dividido, lo que debilita su posibilidad de proyectarse como actor con posibilidades de recambio y alternancia política.

En esta operación de aniquilación de la oposición, el Régimen ha recorrido el camino de la des-institucionalización justamente para peremnizarse en el poder y evitar cualquier alternancia. La desinstitucionalización ha apuntado en dirección a generar las condiciones de su permanencia y reproducción, de allí la orientación hacia el control de instituciones claves de la democracia, como son el ‘poder electoral’, los ‘órganos de control’, la ‘Corte Constitucional’, su obsesiva insistencia en controlar el libre flujo de ideas y canalizar la generación de opinión pública mediante el férreo control de los medios, la domesticación de la administración de justicia, legitimando su politización mediante el expediente plebiscitario de la consulta popular.

Sin embargo, esta operación de control de la institucionalidad no le ha sido fácil, ha profundizado conflictos en distintas direcciones y con distintos actores, todos definidos como ‘enemigos’ del Régimen: los movimientos sociales, la prensa no gubernamental y las organizaciones de la sociedad civil. El Gobierno ha batallado contra estos ‘enemigos’ en el campo legislativo (donde ha logrado aprobar la mayoría de sus propuestas normativas, directamente o mediante subterfugios), en el judicial (donde el proceso de reestructuración de la justicia ha sido aprovechado, como instrumento de persecución y penalización de los adversarios), y en el de la opinión pública (sobreutilizando los medios y espacios de comunicación a disposición del presidente).

La fragmentación con que la oposición ingresa a este año electoral no debe ser leída necesariamente como una debilidad; al contrario, refleja la diferenciación y la pluralidad de posturas que surgen frente a los intentos de homogeneización que impone la ‘lógica revolucionaria’. Su fortaleza reside en que cada una de sus expresiones remite a la defensa de espacios de deliberación ciudadana, donde la diferenciación, lejos de ser anulada u ocultada por la emergencia de liderazgos carismáticos unívocos, sea una condición de acumulación de poder y de efectiva realización de la democracia.

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