La visita del presidente Rafael Correa a Alemania, junto con ministros y empresarios, tuvo un marcado énfasis en los negocios. Una coyuntura especial hizo que tanto alemanes como ecuatorianos coincidieran en explorar oportunidades comerciales, con gran ingrediente tecnológico los unos, con poco valor agregado los otros. El resultado es que empiezan a caer las barreras que se impuso el Gobierno para negociar un tratado comercial con Europa.
Alianza País destaca en su plan para los próximos cuatro años la necesidad de cambiar la matriz productiva, lo cual implica arreglar también el desajuste que acusa el comercio exterior por falta de competitividad y productividad, así como expandir los mercados. Hasta ahora ha habido un desfase entre la realidad y el enunciado de pasar de una economía primaria a una pospetrolera, y esto no solo tiene que ver con la falta de gestión o con la imposibilidad de emprender la reforma educativa como el motor del cambio. Tiene que ver con aspectos ideológico-políticos.
El Gobierno ha hecho notar varias veces que hay condiciones para la inversión extranjera. Una infraestructura vial y de comunicaciones atractiva, importantes proyectos energéticos en marcha, serios esfuerzos para elevar la calidad del recurso humano a través del mejoramiento de las condiciones de educación y de salud. ¿Pero de qué sirve todo esto si no se crea confianza y reglas claras? Es entonces cuando surgen las interrogantes sobre el modelo interno desarrollado hasta ahora que, si bien ha sido reivindicativo de los derechos del Ecuador, no ha logrado abrir espacios en un mundo globalizado.
El manejo económico privilegia el consumo y se basa en los recursos petroleros y los tributos. El Bono de Desarrollo Humano no se ha vuelto productivo. Y todos sabemos que la prosperidad de un país no está en función del dinero circulante sino de la riqueza producida.
Ese modelo tiene su correlato político: una gran concentración de poder y un personalismo que hacen dudoso que la sociedad tenga hoy mayor participación. Correa dijo en Alemania que América Latina está demostrando que no es ingobernable. Y hay que reconocer que, en el caso ecuatoriano, se ha logrado romper el círculo vicioso de la inestabilidad, aunque estabilidad no es sinónimo de mayor institucionalidad.
No basta con que unas élites políticas sustituyan a otras. Se necesitan instituciones que no solo garanticen la permanencia en el poder de tal o cual tendencia, sino que, como sostienen los autores del libro ‘Por qué las naciones fracasan’, garanticen el empoderamiento y los derechos políticos de la sociedad, que haya rendición de cuentas y que, en consecuencia, haya opciones económicas para todos. Ese es el verdadero cambio, más allá de las señales de pragmatismo que lanza Correa.