¿Por qué no iba a tener opciones de ganar el candidato-presidente Rafael Correa en las elecciones que se realizarán en apenas cuatro semanas? No solo pesan las debilidades congénitas de algunas candidaturas como las de Álvaro Noboa y de Lucio Gutiérrez, sino la falta de estrategia o de popularidad de otros candidatos con sensibilidades interesantes y que seguramente quedarán bien posicionados para próximas contiendas.
Correa tiene varias fortalezas: ha sacado adelante un proyecto político coherente -aunque excluyente- que administra bajo su voluntad y con un equipo de confianza. No depende, como en el pasado, de alianzas políticas y de entrega de cuotas de poder. Otra ventaja es una consecuencia de lo anterior: recobró el manejo del Estado desde una visión global y sistemática, aunque su problema es que no cree que el Estado debe limitarse a regular.
Su propia dinámica de trabajo y su enfoque en los resultados le permiten una continuidad pocas veces vista en la ejecución de proyectos. Esa persistencia, junto a un aluvión de dinero proveniente del petróleo, da como resultado que el Gobierno exhiba resultados diferentes a los de países en los cuales hay parecidos niveles de concentración de poder y de populismo, y mucho más dinero, pero malos resultados en indicadores sociales e infraestructura.
Sus debilidades son el envés de la misma moneda y por lo tanto no menores: excesiva dependencia de su figura, concentración basada en un esquema perverso de construcción de institucionalidad a partir de una supuesta participación ciudadana, administrada desde el Gobierno, y que le permite manejar a su antojo la configuración de otras funciones del Estado; una economía dependiente del alto precio del petróleo, y una política clientelar, que basa las decisiones en lo que dicen las encuestas o que se sirve de clamores ciudadanos como la inseguridad o la impunidad en la justicia para acumular poder.
Y eso nos pone frente a una característica de los regímenes voluntaristas y que se oculta bien bajo la figura de un personaje con gran capacidad de trabajo y estructura: la ética de que el fin justifica los medios, y que es usual cuando hay excesiva acumulación de poder.
Esta visión viene acompañada de una política sistemática de confrontación, quizás explicable en las primeras etapas, pero innecesaria hoy, pues la única manera de levantar un proyecto nacional duradero es no considerar enemigos que se debe borrar del mapa a los que piensan diferente y no dejar resentimientos en el camino .
Esos serios resquicios parecen no importar hoy que la economía está bien irrigada y los derechos y la transparencia parecen no importar. Que los candidatos opositores no hayan podido capitalizarlas no quiere decir que esas debilidades no existan y que no afloren tarde o temprano .