¿Qué tienen en común el mandatario boliviano Evo Morales y la flamante Presidenta de Brasil Dilma Rousseff? A más de que provienen de la izquierda parecería que el contacto con el poder los transformó en ‘pragmáticos’ o, usando el argot al que sus camaradas apelan cuando quieren denostar a sus rivales políticos, se les podría endilgar el nefasto mote de ‘neoliberales’. Las palabras utilizadas por el ex Dirigente cocalero, devenido en Presidente de su nación, para defender su impopular decreto por el que disponía la drástica reducción al subsidio de los combustibles, medida que tuvo que revisar ante la creciente insatisfacción popular, no se diferencian en nada a los argumentos utilizados en épocas anteriores por otros mandatarios que se vieron obligados a adoptar tales decisiones. En esas ocasiones tales funcionarios eran tachados por los correligionarios del actual Presidente por servir a los intereses de los organismos financieros internacionales, achacándoles que no les importaba la suerte que correrían miles de bolivianos. En base a esas diatribas se gestó un supuesto discurso alternativo a las medidas ‘monetaristas’ para, pasados los años, contemplar la pretensión de ponerlas en práctica por sus propios compañeros políticos.
Pero si lo anterior sorprende, la medida anunciada por la flamante Mandataria brasilera de privatizar los aeropuertos de su país, necesitados de una inversión calculada en más de USD 6 mil millones, simplemente nos deja perplejos. Hasta hace muy poco, la palabra ‘privatización’ era evitada a toda costa por los círculos de poder del Partido de los Trabajadores. ¿Qué sucedió? ¿A qué se debe tan súbito cambio en la percepción de tan emblemática luchadora popular? Y conste que no es por falta de dinero que adopta semejante opción, puesto que las reservas del gigante sudamericano bordean los USD200 mil millones, una cifra descomunal ¿Por qué lo hace?
Por lo visto toda esa retórica usada a lo ancho y largo del continente, menospreciando tesis que lo único que han pretendido es aplicar la más elemental racionalidad económica para evitar mayor deterioro que, a la larga, perjudica a los más pobres, no ha sido sino una herramienta usada transitoriamente para aprovecharse del descontento que esta clase de medidas provocan en amplios segmentos de la población. La política no la realizan ni la practican querubines, pero es obvio que en estas prácticas existe una condenable deshonestidad intelectual.
No serán los únicos ni tampoco han sido los primeros en dar estos virajes que ponen en duda la palabra de los políticos. La política basada en principios es inexistente en nuestras geografías.Corresponde a un estado de civilidad bastante lejano, teniendo en cuenta nuestro grado de maduración cívica. Por ello, el mayor desafío siempre será construir un sistema en que estas prácticas sean castigadas en las urnas.