Luego de las victorias contra los totalitarismos, el siglo anterior se caracterizó sin duda por los avances en la lucha por la libertad. Primero se derrotó al fascismo, que con su ideología aberrante causó uno de los más grandes holocaustos que ha conocido la humanidad. Posteriormente se desintegró ese otro sistema que engañosamente trató de consolidarse a costa de las libertades para, a su derrumbe, constatar que los excesos que se cometieron no estaban alejados de la barbarie nazi. Allí quedan los ejemplos del Gulag, los fusilamientos de la clase dirigente polaca ordenados por Stalin, que siempre fueron guardados como secretos de estado, la pila de cadáveres del régimen de Pol Pot y tantos otros eventos que averguenzan al género humano por su crueldad y vileza.
Todos estos totalitarismos tuvieron como eje común que, en su momento, cada uno pretendió encarnar la verdad suprema, se creyeron los dueños de la historia y de allí en adelante todo el que no comulgó con sus tesis fue perseguido o asesinado. Para ello establecieron mecanismos de propaganda que buscaban convencer a la población que quienes no apoyaban sus proclamas eran sus enemigos, para luego desacreditarlos y perseguirlos. Conseguir que los propios ciudadanos se conviertan en delatores.
Para llegar a esos excesos se implantó la semilla del odio. La propaganda fue el mecanismo idóneo para hacerlo. Desacreditar al contrario, denigrarlo, denostarlo con acusaciones sin fundamento fueron parte de las prácticas usadas y que hasta hace poco se las creía prescritas de la lucha política en los países que se preciaban de vivir en sistemas democráticos. Pero de un tiempo acá, con el acceso al poder de una corriente que insiste en prácticas que se han mostrado ineficientes para alcanzar el bienestar de los pueblos, se ha vuelto a recurrir a esos ardides para pretender acallar a opositores o infundirles miedo a expresar desacuerdos.
Esta vuelta de la historia pone en evidencia como se repiten, con distintos escenarios y actores, esas piruetas que muestran que el tránsito hacia un desarrollo integral, con entera vigencia de las libertades, no está privado de tropiezos y amenazas. Las noches oscuras retornan a menudo cobijadas bajo el ofrecimiento de supuestos avances, que consiguen ganar adeptos entre los más humildes que no se plantean los riesgos de entregar el poder a quienes luego se demuestran carentes de escrúpulos.
Habrá que coincidir con los que afirman que la historia es una repetición de hechos parecidos con distintos actores y circunstancias. Lo que se vivió en el pasado retorna a veces con inédita fuerza, de la mano de los que paradójicamente en algún momento decían defender los derechos de los perseguidos, de las minorías, de los débiles. No es la primera vez que se constatan en la región estos hechos, pero hay que luchar porque se convierta en la última.