Castrillo Matajudíos es uno de tantos pueblos españoles, bellos y abandonados. Tiene apenas 60 habitantes, todos viejos, pero su historia es larga, tiene mil años de antigüedad. Esta semana ha tenido su cuarto de hora de gloria. Ha merecido reportajes en las televisoras de España y ha sido noticia en Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos.
No ha protagonizado ninguna hazaña, es apenas una anécdota democrática la que va a cumplir el próximo mes: una consulta popular para decidir si cambia el nombre del pueblo. La historia de su nombre no es muy clara; una de las versiones dice que un pueblo vecino, deseoso de poner fuera de toda duda su fe cristiana, cuando la Inquisición estaba en su apogeo, decidió arrojar del pueblo a todos los judíos. Ellos se establecieron en una colina o mota cercana y por ello el pueblo se llamó Castrillo Motajudíos. Quinientos años más tarde algún notario escribió Matajudíos en lugar de Motajudíos y se quedó con el nombre que ahora, otros quinientos años después, resulta ofensivo por sus implicaciones racistas.
El alcalde Lorenzo Rodríguez ha convocado a consulta el próximo 25 de mayo para que el pueblo decida si mantiene el nombre actual o recobra el que tenía hace mil años. Es un ejemplo sencillo de democracia directa que se contrapone a la democracia representativa. Los políticos adoran pronunciar dulces palabras acerca de la democracia directa, pero son palabras. En los hechos el “soberano” es una abstracción sin correlato en la realidad y solo sirve para darle algún brillo a la aburrida y rutinaria democracia representativa. Para recordar que el pueblo es el dueño del poder, resulta saludable que tome, de cuando en cuando, decisiones directamente o plantee iniciativas. Cuando se olvida este pequeño detalle el Gobierno degenera hacia la dictadura si gobierna una persona o hacia la oligarquía si es un grupo el que monopoliza el poder. No hay posibilidades de participación cuando el Gobierno es autoritario porque tiende a considerar como enemigos a quienes piensan diferente, como incondicionales a quienes piensan igual y como minusválidos a quienes no expresan su pensamiento.
La consulta popular solicitada por el colectivo Yasunidos debía ser facilitada por un Poder Electoral democrático, pero ha sido combatida. En sabatinas y en cadenas se les ha tratado a los organizadores como enemigos del Gobierno y enemigos del país. Hora triste para nuestra democracia.
Cuando los Gobiernos ganan elecciones no hablan de otra cosa que de la participación popular. Cuando pierden elecciones, el pueblo y sus iniciativas se tornan peligrosas y empiezan a ser considerados como el genio que sale de la botella; una vez que sale ya no se le puede volver a encerrar. Esta reflexión tiene que ser permanente porque todo poder camina hacia el límite del poder, según decía Tucídides.